A veces pensamos que si queremos leer novelas que nos entretengan tenemos que huir de todo aquel libro que nos recuerde, tan siquiera vagamente, a nuestro periodo escolar. Y sin embargo creo que a tal etapa le debemos los amantes de la buena lectura el serlo.
La que os traigo hoy no es una de esas lecturas obligadas en nuestra época lectiva, creo que antes se leería a Clarín, o a Perez Galdós. Miau fué mi libro impuesto, y con todos mis respetos a su maestría, a mí el cesante Villaamil y su nieto Luisito, que hablaba con Dios de sus problemas me parecían infumables, tal vez porque por edad me importaba un comino conocer la sociedad de finales del XIX. A partir del Renacimiento la Historia e historia no me llamaban nada la atención. Y particularmente en literatura el Realismo me parecía, a mí que andaba soñando con unicornios – o gatos tristes y azules – eso, demasiado realista, valga al redundancia.
Craso error. Hoy creo que me gustaría releer a Galdós, y recrear también en mi imaginación esa España ingeniosa que nos dejó anécdotas tan hilarantes como ésta:
Isabel IICuando se armó la de Dios para derrocar a Isabel II, con aquel famoso grito del General Serrano : “¡Abajo Isabelona fondona y golfona!” – pobre mujer, de verdad, y la de juego que daba. Hay mil anécdotas referidas a ella. Que se lo digan a Valle Inclán que originó algunas – hubo que buscar un rey nuevo para que no se desmandaran los carlistas, que no caían nada bien. Uno de los candidatos fue Espartero. Sí, ese que tenía un caballo con unos atributos remarcables. Pero el hombre andaba ya mayor y decidieron que querían uno que les aguantara un poco más. Así es que descartados varios, quedaron el italiano Amadeo de Saboya y el prusiano Leopoldo Hohenzollern Sigmaringen. Al final ganó el italiano, no sé bien si porque al prusiano dicen que le faltaban unos cuantos hervores o porque a ver cómo pronunciaban nuestros compatriotas el nombrecito… y con esa particular guasa que nos suele caracterizar, durante el proceso de elección se le acabó conociendo como “Leopoldo Oleole Simeligen”
Pero en fin, hoy la cosa no va de Galdós. Va de Don Juan Valera. ¿Le conocemos un poquito? Pues en vez de contároslo yo, dejo que lo haga Aloha Criticón que lo hace muy bien. Si no queréis pinchar, aunque deberíais, que saber nunca sobra, ya os digo yo que fue un escritor, político y diplomático español de finales del XIX con unas cuantas obras en su haber.
De la que hoy vamos a habar es de Pepita Jiménez. Así se titula. ¿Os pensáis que El Pájaro Espino de Colleen Mccullough tan famoso inventó algo con eso de chica que se enamora de un cura? Pues va a ser que no. Valera ya enamoró a su Pepita del seminarista Luis de Vargas aquí, en Andalucía. Solo que acaba mejor, ya que los españoles somos más de “mástica” que de mística (lo decía un viejo conocido cuyo nombre no recuerdo), y hay final feliz.
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Hoy la sinopsis nos la va a dar la wiki:
El joven seminarista don Luis de Vargas regresa a su pueblo natal para unas breves vacaciones allí antes de pronunciar sus votos. Se encuentra con que su padre, Don Pedro, se dispone a contraer nupcias con la joven Pepita Jiménez de veinte años y viuda de un octogenario. Los contactos entre el futuro sacerdote y la joven viuda son novedosos para el joven ya que ha pasado su adolescencia recluido en el seminario, y poco a poco siente flaquear su vocación. El seminarista acompaña a Pepita en sus paseos por el campo, asiste a reuniones en su casa y, sin darse cuenta, cede poco a poco a una pasión que él considera pecaminosa, pero que se hace más fuerte que su vocación y que su amor por su padre, en el que ve secretamente un rival. Todo esto empieza a ser sospechado por el Deán al que el seminarista escribe sus cartas contándole sus incidencias. Luis se quiere marchar, pero Pepita, que le ama y que ha hecho todo lo posible para enamorarle, se finge enferma y le convence de que reconozca su amor y se lo comunique a su padre. Así lo hace, pero en lugar de hallar la oposición en su padre, este le dice que lo comprende y que a escondidas había estado haciendo todo lo posible para que las cosas llegasen a su solución natural.
La obra es en realidad una novela psicológica en que abunda una suave ironía. Encubre una novela de tesis en que defiende la primacía de lo natural y lo vital sobre lo artificial y lo afectado.
Vamos, a una andaluza de pro le va a quitar Dios a su hombre… hasta ahí podíamos llegar, que una es virtuosa pero no tonta. Y así transcurre la novela, entre cartas, idas y venidas, comeduras de tarro importantes por aquello del pecado y la virtud, calentones o tensión sexual no resuelta a raudales, costumbrismo de la sociedad de un pueblo del XIX con sus viejas del visillo, dimes y diretes, y una bonita historia de amor digna de cualquier novela romántica, pero considerada obra clásica por los puristas que jamás lo admitirían en una de las actuales… y lo entiendo, porque tiene más, mucho más, amén de ese placer indescriptible que produce leer a un maestro de la prosa como valor añadido.
Y encima gratis. No os la perdáis, de verdad. No tiene absolutamente nada de aburrida por mucho repeluco que la palabra “clásico” pueda produciros a algunos de antemano.
Por último me gustaría destacar lo que le leído al buscar la versión digital en amazon, pues me ha encantado y voy a estar atenta:
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- Editor: Biblioteca Nacional de España (14 de diciembre de 2018)
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