Nadie ignora que las redes sociales están llenas de gente desnortada y con muy poco cerebro, incapaces de reflexionar antes de darle al teclado y publicar cualquier sandez. Trato por eso de ser muy cauta con el uso que hago de ellas, porque estoy convencida de que consumir un exceso de tonterías al día -alguien tendría que hacer un estudio de dónde se sitúa el umbral de peligrosidad- puede ser nocivo para tu cerebro. Parecería, sin embargo, que seleccionar a la gente que sigues no basta: cada vez más, los malvados algoritmos de estas plataformas nos bombardean con publicaciones de gentes desconocidas que vocean cualquier memez que se les acabe de ocurrir. Pero no quiero hacerles perder el tiempo quejándome de la inanidad casi tóxica de Twitter o de las absurdas publicidades de Instagram (de Facebook ni hablo: es el mal), porque aquí hemos venido a hablar de lectura, no de redes. De lo que he venido a hablarles, pues, es de algo que me deja pasmada cada vez que me lo encuentro (y es a menudo): esa gente que le pide al éter -o sea, a ese gentío de desconocidos que se supone lo leerán- que le recomienden un libro. A veces es una petición así, en general: "Recomiéndenme un libro"; otras, se dignan ofrecer algo más de detalle: "¿Qué novela romántica me recomiendan?". Cada vez que veo algo así, se me ponen los pelos de punta. Ganas me dan agarrarles por el cuello y decirles: "Hombre (o mujer) de dios, ¿por qué crees que esa gente que te lee tiene la más remota idea de literatura? O, suponiendo que alguno la tenga, ¿por qué piensas que ese desconocido/a que no sabe nada de ti va a acertar milagrosamente con tus gustos? ¿Te vas a fiar más de alguien que a lo mejor solo ha leído tres o libros en su vida que del librero de la esquina (cuyo trabajo es, precisamente, conocer la mercancía que vende)?"
Tom Gauld, como siempre, dando en el blanco: a veces la gente recomienda libros que ni siquiera ha leído
En verdad, no hay nada más difícil que recomendar un libro (acertando, se entiende), ni nada que garantice más el fracaso que seguir la recomendación de alguien que no te conoce. Si alguien me pide que le recomiende un libro, siempre me dan ganas de decirle: "¿Tienes cuatro horas para explicarme con detalle tus gustos y tu historial lector?" Porque, sin eso, lo máximo que conseguirá es saber qué libro me ha gustado a mí, no qué libro le va a gustar a él o ella. Porque otro de los errores habituales de la gente que pide que le recomienden libros es pensar que "un libro es un libro es un libro" (que me perdone Gertrude Stein). O sea, que tanto da cuál sea su trama, cómo esté escrito, a qué género pertenezca, si se publicó hace dos semanas o hace dos siglos... no parece ocurrírseles que los libros son tan diversos como las personas. Y que, en las lecturas, como en las amistades, las afinidades son la clave. Delante de una recomendación, como cuando te presentan al alguien, lo primero que habría que preguntarse es, ¿seremos compatibles?
Probablemente ninguna de estas personas tan ansiosas de recibir recomendaciones leerá este artículo. Pero, por si lo hacen, ahí va un último -y crucial- consejo: cuando alguien te recomienda un libro, averigua antes si es una recomendación desinteresada. Porque es muy posible que este tratando de colarte el libro que ha publicado su editorial o el que le pagan por promocionar. En este capítulo, inmensa ternura la que me ha producido un alma cándida que decía: "Quiero empezar a leer libros autopublicados, ¿me recomiendan uno?" No sé si reír o llorar, porque estoy segura de que todos los autores autopublicados que la lean se apresurarán a bombardearla con sus libros. Recuerda, alma bendita, los libros son como los hijos: cada cual piensa que el suyo es el más guapo del mundo. Lo que no quiere decir que lo sea.
De todas maneras, no creo que pensar en la gente que anda pidiendo recomendaciones a ciegas por las redes vaya a quitarme el sueño. Sospecho -y no creo andar muy errada- que no van a comprarse, ni por supuesto a leer, ninguna de las obras que les recomienden. Como tantas otras cosas en las redes, esta también es pura fachada.
Ramon Casas, Joven decadente (Después del baile), 1899