(JCR)
El mayor mercado de Bangui está situado en el céntrico “Kilómetro Cero”. Hace unos meses, la alcaldía lo rebautizó como “Mercado Central de la Reconciliación”. Cuando vi el nuevo rótulo, hace un par de meses, no supe si echarme a reír o a llorar.
Como suele suceder en casi toda África, desde tiempo inmemorial los musulmanes han ejercido el comercio, y la República Centroafricana no es ninguna excepción. Conocí el Mercado Central de Bangui (cuando aún no se llamaba “de la reconciliación”) a mediados de 2012, y me di cuenta de que algo más de la mitad de los kioskos y pequeñas tiendecillas alineadas en las laberínticas callejuelas en su interior estaban regentadas por musulmanes. La mayoría de ellos portaban chilaba, y al pasar algún potencial cliente anunciaban su mercancía o intentaban atraerte hacia ellos con algún saludo simpático. También eran ellos quienes tenían casi todas las carnicerías, cosa lógica si se piensa que en este país son musulmanes los que siempre han copado la ganadería, sobre todo los pastores semi-nómadas Peulh o Mbororo, de confesión islámica. En el mercado, comerciantes cristianos y musulmanes se mezclaban sin problemas, charlaban entre ellos y se ayudaban como colegas del mismo sector.
Llegó el fatídico año 2013, con la violenta toma del poder por parte de los milicianos de la Seleka, de mayoría musulmana, que durante varios meses atracaron, mataron, violaron y aterrorizaron al sufrido pueblo centroafricano como les dio la gana. Algunos musulmanes más religiosos protestaron, y conozco a más de uno que dio con sus huesos en la cárcel por criticar y decir que los nuevos amos del país no se comportaban como buenos musulmanes. Pero no todo el mundo está dispuesto a ser héroe, y la mayor parte de quienes profesaban el Islam simplemente callaron y siguieron con su vida cotidiana. No faltaron, como en todas partes, los oportunistas que se aprovecharon de la situación. Llegó diciembre de ese año, y las milicias anti-balaka –apoyadas por antiguos elementos de las fuerzas armadas del derrocado General Bozizé- entraron en Bangui a sangre y a fuego y levantaron la veda a la caza del musulmán. Más de 100.000 de ellos abandonaron la capital, hostigados por la violencia anti-balaka, y el mercado central se vacío de sus comerciantes musulmanes.
Pasaron los meses, y poco a poco otros comerciantes han ido ocupando los kioskos y tiendas que otrora pertenecían a los musulmanes. Muchos de sus legítimos dueños viven replegados en el principal reducto musulmán de la capital, el barrio conocido como Kilómetro Cinco. Desde diciembre de 2013 es rarísimo ver a un musulmán pasearse por las calles de Bangui vestido de chilaba o con cualquier otro signo distintivo de su religión. Mientras tanto, la alcaldía ha ido dando nuevas licencias a quienes han usurpado las propiedades de otros, sin ningún problema. Los funcionarios saben perfectamente que están legalizando una situación de injusticia, pero a quién le importa, sobre todo si antes de entregar la licencia al solicitante, éste va a entregar bajo el mostrador una jugosa mordida.
¿Más sobre la reconciliación? Me contaban hace poco algunos amigos musulmanes de Bangui que son muchas las familias que no pueden conseguir una partida de nacimiento para sus niños. En cuanto ven un nombre musulmán, te dan largas, te dicen que eres extranjero, y te quedas sin el documento, Esto hace que algunos musulmanes estén recurriendo a dar nombres cristianos a sus recién nacidos, para que así las cosas resulten más fáciles. En la República Centroafricana, sin una partida de nacimiento no puedes acceder a la educación, ni tener un carné de identidad… simplemente, no existes para la administración pública.
Con todo esto, en el país se sigue rumiando la enemistad y la frustración. Muchos musulmanes moderados, que desearían ver a la Seleka desaparecer del mapa para siempre, están empezando a radicalizarse y a simpatizar con milicias violentas. Mientras tanto, los responsables políticos y buena parte de la comunidad internacional prefieren centrarse sobre cuestiones más a corto plazo, como las elecciones o reformas políticas. Nadie duda de que esto es necesario, pero una sociedad desgarrada por los conflictos violentos no puede reconstruirse sin echar las bases de una verdadera reconciliación nacional, algo que lleva muchos años, que tiene muchos altibajos y que requiere muchos esfuerzos para reconstruir las relaciones rotas.
En los discursos oficiales, todos hablan de reconciliación nacional. Queda muy bien. Si después se condena a un grupo entero a la marginación y al ostracismo y se prefiere mirar para otro lado, eso es harina de otro costal.