por Juan María Solare
Les voy a contar sobre un amigo clarinetista que fue compañero mío en varias asignaturas del Conservatorio Nacional de Música en Buenos Aires. Ariel Martínez. Tocaba además clarinete bajo en la Banda Sinfónica Municipal. Pero murió en 1989 en un accidente de auto. Tendría unos 26 años, no es edad para morirse. Después conocí a los padres. Vivían en la calle Bucarelli en Villa Urquiza. No creo que se hayan recuperado jamás.
Ariel era muy buen instrumentista, aunque un poco nervioso, y tenía una certera comprensión musical. Yo le tenía gran cariño.
Ariel estudiaba con Mariano Frogioni, una leyenda del clarinete en América Latina y un docente muy purista. Cuando Ariel cometía algún error en las clases, le sugería «¿no será que el clarinete bajo te está deformando la embocadura?»
Le dediqué a Ariel un cuarteto de cuerdas in memoriam (Deméter). La obra ganó un concurso de composición en 1990, Promociones Musicales de la Argentina. Uno de los miembros del jurado, Salvador Ranieri, también clarinetista, y que había sido compañero de Ariel en la Banda Sinfónica Municipal, me dijo luego haberse emocionado mucho cuando abrieron el sobre con la identidad de los ganadores (todo concurso de composición es anónimo) y leyó que la obra le estaba dedicada a nuestro amigo común.
Tengo en Buenos Aires un casette donde hay música grabada por Ariel (de forma casera). Ha de ser el único registro que existe de él. Eran las piezas de Stravinsky para clarinete solo (una o todas, no recuerdo ahora). Si yo quisiera publicarlas en alguna plataforma digital, se plantearía un interesante dilema legal y ético: teóricamente necesito la autorización de sus derechohabientes. Pero Ariel no tuvo descendencia, era hijo único y sus padres (imagino) han fallecido hace tiempo. ¿Quién tendría derecho a autorizar esta publicación? Por otro lado, no mostrar al mundo estas grabaciones sería una manera de seguir negándole recuerdo. Como morir dos veces.
Ariel era bastante calentón, leche hervida. Cuando -contra su voluntad- hizo el servicio militar obligatorio, le pegó una trompada a un dragoneante que lo molestaba. Un dragoneante (creo que Ariel decía «dragoniente») es un soldado que reemplaza al cabo en ausencia de este; es decir, es el penúltimo orejón del tarro, pero tiene cierto poder sobre los últimos orejones (que son los soldados rasos o los conscriptos).
A raíz de ese episodio (y de otro en el cual destruyó a mano limpia un armario de metal del cuartel) le hicieron a Ariel un examen psiquiátrico. Ariel me contó que, cuando vio que la psiquiatra era mujer, supo que le iba a ir bien, porque tenía excelente diálogo con las chicas. Y así fue, estuvo encanutado un tiempito y después lo rajaron. Claro, no querían un pegador de piñas dentro del cuartel. Para Ariel, esta expulsión fue una noticia estupenda, una liberación.
Ariel fue una de las primeras personas con las que hice música de cámara para clarinete y piano, las típicas: el Concertino de Weber, las Cuatro piezas breves de Howard Ferguson, la Sonata de Poulenc o la Sonata de Saint-Saëns. De hecho, mi partitura de esta última obra era la suya (me la regaló porque total él solamente necesitaba la particella). También armamos un cuarteto para la asignatura «Rítmica contemporánea» (que coordinaba Fermina Casanova). Éramos Ariel Martínez en clarinete, Pastor Mora en contrabajo, Cecilia Balagué en flauta y yo mismo al piano. En el repertorio estaba la «Danza de la furia para las siete trompetas» del «Cuarteto para el fin de los tiempos» de Oliver Messiaen. Sonábamos de puta madre.
Recuerdo también una noche en que jugamos al pool en un boliche de la calle Julián Álvarez esquina Güemes (en la misma cuadra de la comisaría 21). Obviamente, ese boliche ya no existe (y esa comisaría tiene ahora el número 14 A). No recuerdo los resultados, sí que me divertí mucho. Creo que nunca más volví a jugar al pool.
Era rubio, Ariel; con barbita y flaco. Tenía una voz muy personal, muy especial. No tengo fotos suyas (acaso aparezca alguna cuando alguien lea estas líneas). Aunque lo que más me gustaría es poder escuchar esa voz nuevamente. La mayor parte de la gente hace fotos para recordar a una persona o un encuentro. Pocas personas piensan en grabar las voces de sus amigos.
Ariel me contó que había tenido una novia alemana a quien extrañaba bastante. Siempre fantaseé con encontrarla de casualidad en algún tren germano. No sé ni su nombre.
Quise juntar aquí algunos recuerdos dispersos sobre Ariel porque ¿quién sabe aún de él? Para algunos, será una difusa imagen lejana. Varios que lo conocieron también han muerto ya. Y los demás tienen otros problemas que resolver. Es cierto que a menudo pienso en él y en la necesidad de juntar estos recuerdos y darlos a conocer, pero ¿por qué precisamente ahora? Posiblemente porque estoy escribiendo unas obras para clarinete solo, y (como seguramente les ocurre a otros compositores) más que escribir para un instrumento escribo para un instrumentista, o con una persona concreta en mente.
Ví a Ariel por última vez en el Club Italiano, en la avenida Rivadavia al 4700. No sé por qué entré, pasaba por allá caminando y se me ocurrió entrar. Allí estaban los músicos de la Banda Sinfónica Municipal a punto de tocar un concierto. Así que nos vimos pero apenas cruzamos un par de palabras. Corría septiembre de 1989. Yo estaba a punto de viajar a cierto país relativamente exótico (Pakistán). Al volver, Ariel había muerto. Luego me enteré de que él tenía un interés enorme en ese país, su cultura, su religión. Siempre me quedé con las ganas de haber conversado con él de esos temas. Siempre hay algo que queda inconcluso.
[ Juan María Solare, Bremen/Worpswede, 15-18 de julio de 2022 ]