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Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones

Publicado el 17 mayo 2012 por Ruta42 @ruta42
Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones 39 escalones, primera de la trilogía de Hitchcock (junto con Sabotaje y Con la muerte en los talones) sobre la idea de un hombre inocente huyendo de la justicia será en otras tres ocasiones llevada al cine, por Ralh Thomas en 1959, Don Sharp en 1978 y por James Hawes recientemente en 2008. Ese ha sido el hito que ha marcado este fascinante thriller del año 1935 que además supone, tras varios intentos fallidos y un avance lento pero seguro, la primera obra maestra del genio tras dieciocho películas ya rodadas. Es además, el punto de arranque de un éxito que se prolongó durante tres decenios. Ahí es nada y lo vemos. Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones Basado en una novela de John Buchan, un escritor a caballo entre los siglos XIX y XX y que, entre otras profesiones, ejerció la de agente secreto del gobierno inglés, el film narra las peripecias de Richard Hannay (Robert Donar) pero, en términos generales, las piezas del puzzle están tan cuidadosamente encajadas que la película, sesenta años después, conserva íntegramente su solidez y su frescura. Richard Hannay es un turista canadiense que visita Londres, y de forma accidental, entabla conocimiento con una joven que resulta ser espía y que, al sentirse acorralada, le informa de la existencia de una conspiración criminal (los 39 escalones) que planea sacar de Inglaterra una información militar de vital importancia. El asesinato de la joven en su apartamento y la inmediata probabilidad de ser identificado como autor del mismo obligan a Hannay a dirigirse a Escocia, con el fin de encontrar a los responsables del crimen y demostrar su inocencia. Y ahí se suceden los enredos mientras la historia fluye en un guión en el que toda la verosimilitud pierde importancia frente a la lógica cinematográfica. Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones El aficionado al que las circunstancias empujan a actuar y desenvolverse en terrenos desconocidos, la influencia del azar en la vida de las personas, el sentido de la profesionalidad como norma de conducta, el amor como razón de credibilidad, y los entornos sociales como lugar para las artimañas son algunos de los grandes temas que incitan a la reflexión de 39 escalones, y para todo ello el director encuentra el tono justo en la narración al envolver, bajo una leve apariencia de comedia, las situaciones más desesperadas y angustiosas o rompiendo los momentos de tensión con un gag decididamente cómico (aún hoy más que otras muchas gracias más obscenas o chabacanas a las que nos tiene acostumbrado la fábrica de sueños, Hitchcock lo hacía con más elegancia), al modo chapliniano, tal y como sucede con la huida del lugar del crimen mientras nuestro protagonistas se disfraza de lechero, con la posadera echando a los espías por beber fuera de horas permitidas o cuando vemos a Pamela, una estupenda Madeleine Carroll, ya convencida de la sinceridad de Hannay, tapándole con la manta para retirársela inmediatamente después para su propio uso. Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones A lo que además habría que apuntar al juego de símbolos que hace el director en cuanto al dejarse guiar por el azar del protagonista, su condición de inocente y su obligación de esposarse, literalmente, con la bella Pamela. Y es que lo que se nos sugiere es la azarosidad del compromiso, y de los motivos que nos llevan (o llevaban) para encadenarnos de por vida vía matrimonio a quien debería ser nuestra alma gemela y nunca más lejos. No por nada Hitchcock era tan donjuan. Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones

Sin embargo, si hemos de quedarnos con un único mensaje de 39 escalones será que la imagen es la única fuente de información fiable, mientras que las palabras sólo pueden inducir a mentiras y sospechas. La denuncia de enemigos interiores será una constante en su filmografía, y con la increíble escena final en la que la historia nos cerciora de la condición de Macguffin (o el falso planteamiento) del supuesto argumento inicial, sirve para dar credibilidad a la inocencia del protagonista, importando poco la verdad detrás de todo el embrollo y, al mismo tiempo, siendo la imagen de un hombre rodeado de espectadores la voz necesaria para cumplir la veracidad del juicio de inocencia de Hannay. Parece que 39 escalones ya nos hablaba de uno de los grandes males de nuestro tiempo, y es que lo que se ve es lo que nos acaba pareciendo verdadero, cuando en muchos casos puede no ser así. La niebla de la Escocia que Hitchcock pintaba en 39 escalones es más espesa de lo que en un primer momento parecía.

Recordando a Hitchcock (II): 39 escalones

Esther Miguel Trula

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