Revista Cultura y Ocio
Foto de familia, 6 de agosto de 2011. Entre las distintas representaciones, la Ayuntamiento de Gijón, el Foro Jovellanos, la Logia Rosario Acuña, la Sociedad Internacional de Bioética o el Ateneo Obrero
Con frecuencia se siguen leyendo referencias al secretismo o a la discreción cuando se habla de la masonería. Se trata de consideraciones hechas tanto por abiertos detractores de la entidad como por activos miembros o por personas que ya no tiene tal cualidad. En todos los casos, al margen de la intencionalidad que se maneje, puede apreciarse una tendencia a la generalización que lleva erróneamente a concluir que toda acción o actividad pública de una organización masónica es incompatible con la esencia de la misma. Por definición, muchas personas creen que la masonería es estríctamente secreta, limitándose a mecer la cuna con todo lo que ello conlleva (para quien no haya visto la película recordaré la frase: "La mano que mece la cuna es la mano que domina al mundo"); o bien estrictamente discreta, poco amiga de apariciones públicas que desvelen la identidad de los miembros.
No debería olvidarse que la masonería es hija de su tiempo. Esto es, de los días que vivieron otros, pero también de los que vivimos en la actualidad; y no debería olvidarse que se trata de una entidad, otra más, que como tantas añade a sus propios rasgos característicos e identitarios una dimensión privada perfectamente compatible con la pública. Quizá se ha puesto tanto acento en construir o destruir tópicos, que se ha descuidado esa faceta tan importante en la esencia de una institución concebida en el seno de un determinado espectro cultural, con el fin de promover la participación activa de sus miembros en la vida social para transformarla. No puede existir la masonería sin la sociedad, y mucho menos si no tiene una vocación de participación activa en todo cuanto en tal sociedad acontezca.
Masonerías hay muchas y ello lleva a que no todo el mundo vea las cosas de la misma forma. Nada hay de malo en ello. En lo que a mí respecta participo en una logia incardinada en el seno de una obediencia que compatibiliza la dimensión intimista de la reflexión, del conocimiento, del diálogo o del debate, con la proyección pública.
El homenaje que esta mañana se ha tributado en Gijón a la figura del ilustrado Jovellanos me ha animado a escribir este apunte, pensando en lo que ha sido la participación, un año más, de la Logia Rosario Acuña en este desfile ciudadano que tiene lugar en la plaza del 6 de Agosto: Otro pequeño paso para asentar a la asociación masónica, adogmática y laicista, entre todo el colectivo de organizaciones que existen, adaptándose a una realidad muy diferente a la que tuvieron que enfrentar aquellos "fundadores" de principios del Siglo XVIII.
La dimensión pública de la actividad de las organizaciones masónicas tiene muy distintas intensidades. Pensando en aquella a la que pertenezco y dejando a un lado toda consideración a proyectos concretos -pues serían objeto de una reflexión diferente- aprecio cuando leo algunos escritos o escucho ciertas intervenciones, la existencia de una confusión terminológica que mezcla los conceptos de exteriorización y participación pública, sin apreciar matiz alguno: Tengamos en cuenta que la proyección pública de una logia o de una obediencia -pienso en el Gran Oriente de Francia- se alcanza por vías muy variadas pero no idénticas. No es lo mismo intervenir en un acto ajeno que proyectar la posición propia de la organización sobre una cuestión -véase por ejemplo, la dependencia, el aborto o el derecho a la muerte digna-; o hacer que la propia estructura sirva de caja de resonancia a opiniones o posiciones "profanas", que pueden coincidir o no con el mensaje propio pero que sí garantizan un fin último: su difusión eficiente. En el primer caso hablamos de una mera participación que ayuda a la normalización de la percepción que la ciudadanía tiene de la entidad; en el segundo, de una acción de exteriorización basada en un acto material de contenido propio; en el tercer supuesto, el acto material, si bien es administrado por la organización, está dotado de un contenido ajeno.
Se ha llegado a escribir que cuando esto último sucede, esto es, cuando se recurre al discurso profano dándole cabida en los actos públicos organizados, se encubre con un pensamiento ajeno la carencia de una propia reflexión. Otro caso de desacertada generalización. En nuestro siglo una concepción masónica no puede pretender ser la vanguardia única del pensamiento ni la de mejor calidad; y sería nefasto que tal cosa sucediera. A mi modo de ver, se ha de ser lo suficientemente sensato y permeable como para evitar que el pensamiento, las ideas nuevas o viejas con las que se han de afrontar los retos que impone la realidad cotidiana, se alojen en compartimentos estancos cerrados o lleven una denominación de origen. Precisamente por esto, bajo el término "exteriorización" conviven -ésa es al menos la experiencia que tengo en el Gran Oriente- tres formas diferentes de tener una presencia pública a partir de una actividad o acción concretas: el recurso a la proyección tanto del pensamiento propio como del ajeno, ya sea este último acorde o contrario a aquello que constituye la columna vertebral, ideológica e identitaria, de la organización; y la sencilla participación en actos como el que he presenciado esta mañana, reveladores de la más pura y clara idea de normalidad.
Ofrenda floral en la Plaza del 6 de Agosto
*El autor de estas fotografías, con el que he compartido un momento extraordinario esta mañana, ha cedido su utilización a este blog. Desde aquí toda mi gratitud.
Et si omnes, ego non.