Recordando a mi abuelita Rosina
No me gusta recordar a la muerte traicionera y fría que se llevó a quienes amábamos dejándonos con sentimientos de orfandad, prefiero sumergirme en el recuerdo de los días ordinarios en los que compartíamos con esas personas especiales sin saber que éramos felices, días comunes sin adornos ni lujos, solo abrazados en el seno de una familia que dábamos por eterna y que se ha desmoronado con las fúnebres partidas. Nada se aprecia más que lo que ya no se tiene.
Muchos recuerdan a sus abuelitas por el olor del arroz con leche, tortas, pies y otros postres deliciosos que suelen preparar, los sweaters que se la pasan tejiendo, los cuentos que les leen a los nietos… no recuerdo así a la mía. No se me malentienda, mi abuela era super especial y no es que no le gustara la cocina, de hecho, todos sus descendientes sabemos preparar su receta de mojos canarios que se ha hecho famosa en nuestras parrilladas… es solo que su cocina se basaba más en potajes, papas hervidas con mojo de pimentón o queso, sopa de fideos, queso de cabra, quesillo, funche y gofio…cocina canaria. No tejía sino recuerdos, no nos contaba cuentos, sino que hacía que nosotros se los contáramos a ella, sabia trabalenguas y sembraba matas. ¿Qué más puedo pedir?
Recuerdo a mi abuela como una mujer muy picara, así como su mojo de pimentón rojo; para muestra su sonrisa cuando se le ocurría una chispeante historia o descubría algún secreto en su tema favorito de emparejarnos. No creía en la amistad entre hombre y mujer, así que, si un amigo iba a la casa, no importaba si era compañero de estudios o de trabajo, su interés en ti tenía… Si te visitaba, era tu pretendiente, y por tanto ella tenía todo el deber de entrevistarlo para averiguar si era un digno candidato. En unas cuantas preguntas ella lo rechazaba o aceptaba. Importante era saber su nacionalidad, su apellido, su oficio y sus intenciones. El veredicto no era muy justo. Muchas veces el “candidato” era rechazado solo por tener demasiado pelo o ser demasiado joven.
Abuela nos enseno, entre risas, a hacer un lazo que se pasaba por la cabeza para medir si la mujer era virgen o no. Inexplicablemente funcionaba. Así como muchos otros jueguitos chispeantes y pícaros como ella misma. El rol más importante para ella en la mujer era casarse con un digno caballero, trabajar mucho y levantar una familia… Por eso había que ayudar a las niñas cuando entraban en la época de su desarrollo, a verse bonitas, prepararles un ajuar, coserle sus ropas y por supuesto llevarlas a escenarios decentes como la iglesia o la plaza a exhibir sus elaboradas prendas de vestir con encajes y lazos. De hecho, mi abuela era muy coqueta…. Y lo siguió siendo hasta ya muy viejita. Para ella una mujer que no usara Zarcillos, una carterita decente y unos zapatitos bonitos era digna de lastima, y ella se encargaba de darle alguno de los suyos para acomodarla. Su autoestima no era baja, te ensenaba las fotos de su juventud y nos decía que había sido la mujer más bella… en realidad, lo fue.
Era una mujer trabajadora y enérgica, hasta pasados los 80 años, se encaramaba en el techo para buscar mangos, alimentaba a los gatos que se le aparecieran en su patio, lavaba su ropa y limpiaba su casa.
Yo de niña disfrutaba mucho nuestras visitas a su casa en Maturín. Por allí cerca vendían unos “pocicles de leche” (unos heladitos caseros) que me encantaban. La casa de mis abuelos tenía el patio trasero más grande con el que una niña pueda sonar. Allí estacionaba mi abuelo sus dos vehículos que yo consideraba sensacionales. Una bicicleta de asiento ancho con una gran canasta delantera y un gran camión lleno de huacales y enserados en el que no me prohibían montarme para jugar a que lo manejaba o que acomodaba su carga. Allí pase largas horas jugando con mis primas y hasta sola sin necesidad de televisor o costosos juguetes.
Si había un televisor en la casa. Era muy viejo y había sido regalo de mi padre para impresionarlos cuando cortejaba a la que sería mi mama. Pero nunca se prendía que yo recuerde. Mas se usaba para colocar una figura de un perro de porcelana pintada de oscuro que no era precisamente Capo di Monte, sobre uno de los muchos pañitos tejidos, traídos de los viajes a España.
La casa tenía un cuarto muy grande que era usado a manera de despensa y almacenaje. Era muy misterioso para mí. Tenía muchísimos tramos. Creo que los dueños anteriores habían tenido una especie de bodega en esa casa. No te podías dejar engañar por los nombres de las latas… Una lata de galletas vacías contenía dinero. Una de crema de untar zapatos era ahora usada para guardar clavos. los caramelos estaban en unos frascos gigantes de vidrio, y mi abuelo no olvidaba ponerse unos cuantos en los bolsillos para ofrecérnoslos durante el día. Abuelita se subía en una larga escalera hasta una buhardilla en el sobre techo del cuarto misterioso. Cuando yo le preguntaba que, hacia allí, ella decía que estaba dándoles de comer a los murciélagos. Yo le creía, y hasta el día de hoy me pregunto que tenía ella guardado en ese techo. Pero si es seguro que había murciélagos, y en más de una ocasión nos levantamos a la medianoche a sacar a alguno a escobazos de nuestra habitación. Ella se reía de nuestro miedo, y era tan picar diosa que una noche mientras dormíamos nos pintó con carmín de labios unas marcas de mordidas en el cuello para reírse al día siguiente de nuestra reacción frente al espejo….
No definitivamente no era la dulce abuelita común… y tampoco lo era su casa… de que era artista lo era… pero no pintaba cuadros en lienzo. Tenía una piedra o dos. Muy grandes. Les hizo caras, y de vez en cuando les cambiaba el look poniéndoles sombreros y bufandas…Así eran sus adornos. También recuerdo en su baño en la casa de Ciudad Alianza que recorto muchas mujeres en trajes de baño y las pego por todas las paredes… Arte diría cualquier estudiado hoy en día…jeje.
Era muy ahorradora, lo aprendió después de las guerras en España y se economizaba en todo… por eso creo que el diseño de su cocina cuadraba perfectamente con el baño para que se tuviese que utilizar solo una puerta… así es, si cerrabas la cocina, abrías el baño, y viceversa… digno de verse…
De ella herede su cabello lacio, el color de sus ojos y seguro que fue de ella a quien salió Gabriel tan lleno de picardía.
A ella no la hubiese cambiado por ninguna otra abuelita, aunque me hubiese tejido mil suertes o cocinado mil pies.
Abuela, te fuiste sin haberme contado tantas cosas…. Quisiera saber dónde guardaste aquella carta con la que abuelo te propuso matrimonio, me hubiera gustado leerla, guardarla…no está acaso allí atrapado aun entre aquellas letras el amor de ese joven viudo al que aceptaste con una hija (que también era tu prima tal como en la mejor de las novelas…) No fue en esa carta donde todos nosotros empezamos a sonar con existir. donde en cada letra se escondía un pedacito de nuestras almas y en cada rima sonaban un poquito nuestras risas y las de nuestros hijos… Cuando tu corazón exaltado por la lectura de aquella carta que te exaltaba como mujer y te hacía sentir deseada, no comenzábamos también todos nosotros, tu decendencia, sana, pura y sino de sangre azul, de gente buena y decente, a ser posibilidad… no era en ese momento cuando nuestros corazones empezaron en algún punto en el vacío a sonar con repicar en un pecho que tuviese parte de ti, y parte de aquel joven viudo, famoso por su palabra, trabajador como ninguno, respetuoso de las costumbres, emprendedor y arriesgado…
Como extraño que ya no puedas contarme un poco más sobre nuestro origen, sobre aquellos caminos de riscos escarpados en los que tanto caminaste, con aquella vista maravillosa al mar, en la que te refugiaste en los días de extenuante labor. En aquellas cuevas donde guardabas las cosechas procurando para los días de invierno y escases. Aquella vista al mar, que de tanto mirar se convirtió en tu camino, al encuentro del esposo aventurero y arriesgado que se fue a buscar fortuna a un país lejano, demasiado lejano. Así sería aquel amor, que lo degastes todo, sin saber si podrías regresar, para ir tras tu Juan. Y cuando llegaron a Santa Cruz de Aragua, tu desilusión fue mucha, mosquitos y calor y tanto por hacer. Y ni aun así te tembló el pulso. Trabajaste más que nunca para empezar de nuevo. Trabajo duro y prolongado… puedo imaginarte en el campo, cantando canciones isleñas, recordando a tu madre y a tus hermanos a tus amigas y comadres, que no sabrías si volverías a ver. Mujer valiente caras….
Así procuraste que las muchachas tuviesen ropa nueva para la iglesia el domingo y para pasear luego en la plaza.
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Que lástima abuelita que no puedas contarme más…yo tendré que conformarme con ir aprendiendo más de ti en mí misma, buscar en mis entrañas entre mis genes revueltos, en lo más hondo de mi ser, y encontrarte allí sonriendo… Por qué puedo estar orgullosa de que eres parte de mí, y vives en mí, y fue tan fuerte tu esencia que aun puedo olerla atrapada en los cabellos finos y lisos como los tuyos y los de mis hijos.
Orgullosa estabas de tu familia y mostrabas la foto de tus numerosos hermanos, todos isleños decentes y trabajadores. Así viene la decendencia si mal no recuerdo… Todo empieza en la isla de La Palma, por supuesto donde la Sra. Castro de Lorenzo casose con el Señor de apellido Lorenzo, y tuvieron 4 hijos: Manuel, Engracia, Aurora y Maria apellidados por supuesto Lorenzo Castro. Esta última y muy importante para nuestra existencia en este mundo La señora Maria Lorenzo Castro decide casarse con el Sr. Patricio Martin Rodríguez y tienen nada menos que nueve hijos… (recuerden que no había televisor y parece que se divertían mucho.) en este orden: Lorenzo, Antonio, Heriberto, Sabino, Rosina, Nicolas, Cirilo, Maria y Evangelista Martin Lorenzo. La señora Maria Lorenzo Mama de nuestra abuelita, muere el 8 de octubre del 1973 a los 85 años en los Llanos de Aridane, España (ya sé, no me gusta recordar las fechas de partida, pero en este caso amerita pues es nuestro origen.)
Y si ahora recordamos el árbol genealógico del cual se desprende nuestra semilla, déjame completar lo que se del abuelo Juan. Pues que era hijo de Mauricio Castro Brito y Leoncia Martin Rodríguez de Brito. Los cuales tuvieron tres hijos, Jose Benito Castro Martin que murió a los 83 años el 6 de febrero del 1981 en los llanos de Aridane, Maria Castro Martin y Maximiano Juan. Que fue nuestro abuelo. Tenía más nombres que un Rey Maximiano y Juan eran solo el primer y último nombre, pero tenía como 4 mas… y no le gustaba mucho ese hecho, cuando tuvo su hijo varón decidió ponerle solo Juan para simplificar las cosas… Cabe decir que ha excepción de mama, tenemos una familia muy longeva, pues todos vivieron más de 80 años. Yo no sé si fue la dieta mediterránea, el vivir respirando el aire del ancho mar, el trabajo arduo con la recompensa de las reuniones familiares alegres y cordiales en las que se unía todo el pueblo y ese ambiente familiar que si bien podía oprimir con la crítica también te hacía sentirte anclado, miembro de una casta y de una familia. Así se estuviese en otro continente, el ancla seguía en su sitio. Y aún sigue esta ancla reclamando a los suyos, tirando de la cuerda fuertemente arraigada a pesar de los anos, manteniendo el barco familiar, reclamando a los suyos, sino mírese el ejemplo de Narkis.
Abuelita vivió largo y se enorgulleció también de su decendencia, llego a ver nietos y bisnietos y hasta tataranietos. Si no me equivoco esta cadena que va amarrada al ancla lleva estos nombres como la descendencia más larga que vio Abuela Rosina, Lula, Narkis, Vanesa, y Ricardo David.
Abuelita Rosina, también estoy orgullosa de mis orígenes, y ahora que he despertado a mis ancestros y a los tuyos, por ende, tú que debes estar más cerca de ellos pídeles la bendición de mi parte.
Tu nieta
Nery