Barcelona es una ciudad encantadora. Es la afirmación más sencilla a la que puedo llegar después de dos días en la ciudad.
Como viajero novato, la primera experiencia cruzando el Atlántico iba a ser fundamental para el resto de mis percepciones en el viaje. Barcelona era mi carta de entrada a un mundo nuevo, y por ello esperaba muchísimo de lo que la ciudad tenía para ofrecer.
Mi entrada al la ciudad fue en realidad muy tranquila, aparte de los controles migratorios de rigor. Ya para cuando salí del aeropuerto, mi amiga María José me estaba esperando para darme el primer tour por una ciudad europea. Tomamos uno de los autobuses directos desde la terminal de El Prat hasta Plaza Cataluña. Al tan solo llegar a la plaza, quedé impresionado. Una ciudad imponente.
El primer paso allí fue empezar a caminar por Las Ramblas para buscar el hostel donde me alojaría aquella noche. Una rápida llegada para dejar las cosas, y nos pusimos en camino para buscar algo de comer. Ahí fue donde las famosas Ramblas me impresionaron más de lo que creía: la vida que por sí solas poseen, la mezcla de culturas y la cantidad de comercios que encuentras. Fue así como llegamos a la altísima estatua de Cristóbal Colón. Nos pudimos adentrar en el puerto y admirar la llegada de los ferries al atardecer, bajo la mirada del teleférico hacia Montjuic.
Luego de la primer cena, tuve mi primera experiencia con el metro, pero por dicha la pude dominar bastante rápido. Nos dirigimos hacia la Sagrada Familia, a admirar el famoso templo diseñado por Gaudí y que ya llevaba su buen tiempo en construcción. Si bien es cierto cualquier turista dentro de lo "normal" la visitaría de día, optamos por una vista nocturna. Buena elección porque se veía preciosa. Lo único que se entrometía un poco eran las grúas de la construcción, pero nada que hacer. Aun así, la majestuosidad del lugar era gigantesca.
Una vez terminada la visita a la Sagrada Familia, nos dirigimos al Paseo de la Gracia para visitar la casa de Gaudí. Un diseño muy diferenciado de los edificios vecinos y que salta a la vista de cualquiera que pase frente a ella. Para conocer más a fondo la casa, se puede pagar y realizar un tour, aunque esta vez decidí pasar de él. Gaudí es una figura histórica de la ciudad, y es sencillo encontrar varias referencias a él durante travesías por la ciudad.
Hora de terminar el tour de la primera tarde-noche, así que decidimos volver a Plaza Cataluña y pasar a comer algo. Una visita rápida a El Corte Inglés (eso es cero turístico en realidad) y terminamos con una exquisita mezcla de cerveza y chocolate. Así terminó uno de los días más memorables de mi vida.
Para el día dos, salí a dar un paseo por Las Ramblas y la Plaza Real mientras esperaba a Mari. Una vez que ella llegó, pusimos marcha al Camp Nou, el estadio del FC Barcelona. Valga decir que no soy aficionado del equipo, pero un sitio de ese calibre merecía visitarse. Después de un rato en el metro, llegamos al estadio. Increíble infraestructura. Nos paseamos un rato por las instalaciones y la tienda, que valga decir estaban muy bonitas y completas. La reputación del club va más allá de su calidad deportiva.
Después de este recorrido, nos dirigimos al Parc Güell para conocer un poco más a fondo la historia de la ciudad. Una subida bastante cansada hasta el parque (¡y eso que habían gradas eléctricas!) e iniciamos la travesía en los miradores que dan a la ciudad. Sencillamente espléndido. La caminata siguió por todo el parque y acabamos en la casa de Gaudí en el parque, donde además de aprender sobre él, vimos directamente cómo vivió. Entenderlo a él es entender una parte importantísima de la ciudad. Regresamos a Plaza Cataluña por unos montaditos, recargamos fuerzas y nos dirigimos a lo que sería mi última experiencia turística en Barcelona.
Ya era de noche, y Mari decidió que lo mejor era decirle hasta luego a la ciudad con el Mediterráneo de por medio, no sin antes visitar el barrio gótico y la líndisima Catedral de la ciudad. Con un breve tour por dentro de la iglesia, quedé asombrado con lo imponente de su infraestructura. Luego, montamos viaje a la Barceloneta y estuvimos un rato paseando por la playa. El encanto de este ciudad, que había reforzado leyendo a Carlos Ruiz Zafón, de verdad era cierto. Nuestro paseo por la playa terminó en una taberna, donde además vimos el partido del Barca, y regresé al hostel para mi primera experiencia con Ryanair.
En resumen: amé Barcelona, y definitivamente algún día volveré por más rato. Su aire de grandeza amparado en una calidez impresionante la hacen una ciudad única, y compensaron de sobra el cansadísimo viaje de casi 11 horas desde América. ¡Que venga lo que sigue!