En estos días he asistido al espectáculo que supone un concurso de Recortadores, en la catedral de la Tauromaquia de La Monumental de Las Ventas, en Madrid.
He de confesar que para con esto de los toros siempre tuve el corazón dividido: por un lado me tiraba la tradición, por el otro: esa tradición quedaba ampliamente contrapesada por mi oposición al sufrimiento de un animal.
Pero ahora, he aquí que un espectáculo como el que tuve la suerte de presenciar el pasado fin de semana viene a constituir la solución a mis dudas: los Recortadores me gustaron muy mucho, resultándome impresionantes su valor y pericia, pero lo que más me decantaría a su favor fue el echo de que, sobre todo en aras de su propia supervivencia, ni siquiera llegasen a rozar al toro.
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