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–¡Puta crisis!, cada vez todo más caro y con la mierda de pensión que te quedó no llegamos ni a mediados de mes –cada día, la misma retahíla de reproches por parte de la esposa.–La culpa la tiene el gobierno –respondía con calma el anciano a la malhumorada mujer mientras podaba un bonsai.–¿El gobierno? Mira que te dije que te reengancharas unos años más pero al señorito no le dio la gana; el señor ya había dado mucha vida a la empresa… ¡Vago, más que vago! Todo el día mirando el jardín y perdiendo el tiempo con las plantas… –volvía una y otra vez la esposa a meter el dedo en la yaga.– ¿Por qué te habré aguantado tantos años con la de pretendientes que me cortejaron?.. Tanto elegir para acabar con el peor.–Paciencia, Pura, que de comer no nos va a faltar –hablaba el viejito mientras intentaba acariciarle el rostro.–¿Comer? A partir de mañana se te acabaron carnes y pescados… No hay dinero para la compra de dos y, puesto que eres el más viejo, necesitarás menos para acabar antes… ¡Qué cruz de hombre, Señor, qué cruz!..
El día en que desapareció doña Pura cuentan que vieron al anciano, con visibles muestras de agotamiento, llevando una pequeña pala manchada de barro. Acababa de plantar unos bonitos rosales por encargo de su esposa.
Este microcuento es mi aportación a la segunda jornada de la convocatoria "La primavera de microrrelatos indignados 2013". Si quieres participar, aquí tienes las bases.
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