Un recuento del 2013 en el 2014. El año pasado no lo hice pero confieso que me encantan aquellas fotografías donde hay varios libros juntos; gustos de un frikie.
Fueron 26 los libros que pude leer este año y, aunque no son pocos no puedo negar que me genera un poquito de envidia ver cómo otras personas llegan a la barrera de los 50, y otras pasan las 80 obras al año, pero ese cachito instantáneo de envidia queda disuelto al reparar que lo más importante es que haya gente leyendo, no importa si 1 ó 100 libros al año, lo importante es leer. En el Perú estuvimos casi un mes, y fueron pocas, muy pocas las personas con que nos topamos con un libro abierto ante ellos en el bus y/o combi (no subimos ni al moderno metro ni al Metropolitano), hecho más frecuente de encontrar aquí en Brasil.
Fueron tres obras de tres autores nipones los que pasaron este año: el grato descubrimiento de un autor totalmente desconocido para mí como Genichiro Tanizaki del cual difícilmente caerá otra obra suya por carecer de traducciones de más obras suyas; la develación (para mí, otros la tienen clara) del maestro del que todos hablan y escriben fue el conocer su Baila, Baila, Baila, de Haruki Murakami; y el gran nivel en la escrita de Natsume Soseki, obra que definitivamente continuará vigente sí pasen mil años más. También fueron tres los autores peruanos: el primer libro de crónicas de Alfredo Bryce Echenique, tan divertido y elocuente, como si lo tuviéramos al lado narrándonos sus vivencias; la enrevesada y magistral historia de La casa verde de Mario Vargas Llosa con su librillo aparte acerca de cómo la escribió tan interesante como la obra en sí; e irónicamente (sí, los junto) mi primer Thorndike es el clásico peruano acerca de la historia de Luis Banchero Rossi.
Ya escritores brasileños fueron seis: los maestros del cuento brasileño: Rubem Fonseca y Dalton Trevisan, dos estilos diferentes ambos muy recomendados; conocí el segundo libro de Alberto Mussa en una historia que me incitó a conocer sobre África y su literatura; leer a Autran Dourado, un autor poco conocido pero quien tiene en su haber una senda obra como “Ópera dos mortos”; y también pude leer otro clásico de la literatura brasileña: “Sargento Getulio”, un deleite de inicio a fin; ya el “Bebel, que a cidade comeu” de Ignácio de Loyola Brandão engaña desde su título hasta su portada, y aunque extensa, guarda esa peculiar forma de criticar a los círculos que ostentaban el poder en aquel momento así como a la sociedad como sólo él lo sabe hacer.
Del “resto del mundo” tuve una pequeña desilusión con “El complejo de Di” del chino Dai Sijie; por el contrario “Historia de una barrica” de Jonathan Swift fue toda una revelación para mí; con lo difícil que es depararse con literatura rusa y aún más en castellano con “Un héroe de nuestro tiempo” de Mijail Lérmontov el placer estuvo desde el momento en que lo descubrí en el anaquel; “La flor púrpura” de Chimamanda Ngozi Adichie aunque esté escrita de manera simple resulta todo un viaje; ya “Las tinieblas de tu memoria negra” del maestro Donato Ndongo-Bidyogo está entre los mejores libros que conocí el año pasado.
Charles Bukowski es un viejo compañero. Bukowski es y siempre será Bukowski. Toda una suerte el hallar “Un extraño en Goa” que ostenta una gran narración y el conocer a José Eduardo Agualusa, escritor tan prolífico que espero seguir encontrándome con obras suyas.
Es extraño el quejarse por una obra que se disfrutó, eso me pasa tras saber de Germán Sánchez Espeso, lamento el que otras obras suyas sean tan difíciles de encontrar; “Laberinto levítico” resultó toda una joyita. Los otros cinco que lo acompañan en esta foto son editados constantemente (¡Felizmente!) y debería ser obligatoria la lectura –me atrevería a decir- de cualquiera de sus obras en la escuela: Salman Rushdie con “Los hijos de la medianoche” no sólo me lleva a la India al momento de su independencia sino me viste con un kurta pajama: soy un indio más. Al abrir un libro de Jack London sé de antemano que me llevará a alguna situación extrema, en “Memorias alcohólicas” es su propia vida tan arriesgada como cualquier ficción que nos haya dejado. La legión latinoamericana del “resto del mundo” la conformaron tres maestros, clásicos absolutos, merecedores de cualquier elogio: Quiroga, Cortázar y García Márquez, siempre serán un lujo. Pero lo más bacán fue el casi encuentro de Cris en Bs. As. con Ariel, el bloguero de Vinarquía. Digo "casi" porque creo que fue por una diferencia de minutos el que lamentablemente no se encontraran, pero se pudo intercambiar vinos tal cual como de niños lo hacíamos con cromos, y aunque la intención no era esa él se apareció con dos sendas botellas que nos dejan en deuda que esperamos pagar tal vez éste año; ojalá. Por mi parte sí pude encontrarme con Pollo (no develo su nombre puesto que si él no lo hace asumo que no querrá), bloguero de 0 en literatura, allá en nuestra caótica y frenética Lima. Pudimos conversar rápidamente sobre lo que nos apasiona: literatura, los libreros de Quilca, y, aunque le prometí previamente dos cervezas no fueron pagadas por terminar un día largo junto con Sofía y Cris. Que el trato virtual pase a darse también en lo real torna más interesante esto, ojalá pudiera darse con otros blogueros también, por lo pronto, si vienen a Curitiba ya tienen guía.