No sé si notaste que la casa donde no vivimos sigue en la misma calle donde todos los días me ve pasar. Pensé que el color que usa ahora te habría parecido sin chiste. Lo más seguro es que habríamos discutido por ello. Yo soy de colores tan neutros y tú, de los colores intensos.
Reí al dar vuelta a la cuadra con una sonrisa amarga que parecía más bien una mueca. Las palmeras están más hermosas que nunca y habríamos discutido. A mí por parecerme majestuosas y tú me habrías dicho que no les encontrabas sentido.
El cancel seguía igual, eso me habría molestado. Te diría, —¿ves? han pasado lo años; y no le pusiste la malla sombra que elegí aquella tarde que te pusiste emocionado escogiendo los colores y ornamentos de la casa que elegimos para compartir nuestra vida.
En la que te esperaría todas las veces que regresaras de tus viajes. En donde existe una banca donde escribo todas las tardes. Y sacas del bolsillo de tu saco un juguete nuevo que hace juego con la sonrisa más bella que logramos construir juntos.
La que se parece a la tuya y combina con el rizo de tu pelo. Con el color de mis ojos y tu extraña forma de mirar cuando estás concentrado en algo que imaginas perfecto.
No sé de historias que suceden, pero sí de las que se quedan en el borrador de unos ojos cerrados soñando cada noche con el mismo rostro. La que me pedías que te contara todas las veces para jamás olvidar uno solo de nuestros planes de un futuro inmediato.
Sé de historias que no sucedieron, que no vivimos por intentar sobrevivir uno lejos del otro.
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