No recuerdo lo que cené hace dos noches, y pronto olvidaré lo que todavía mastico. No sé con quién hablé esta mañana, y mucho menos recuerdo la conversación. Tampoco recuerdo el precio de esta camiseta, ni siquiera dónde o por qué la compré. Mi teléfono está plagado de números desconocidos que un día creí interesantes de guardar. He olvidado por qué me peinaba de forma tan ridícula y pierdo la paciencia tratando de encontrar las llaves antes de salir. También, quizás a posta, hoy he olvidado fregar los platos. Mi memoria hace aguas, pero recuerdo perfectamente tu mirada. Esa mirada que se alegraba de mirarme y paralizaba mi reloj. Esa mirada que buscaba la mía en cada bar y se hacía la tonta al encontrarla. Esa mirada luminosa que me hacía temblar como un puñetero flan en la nevera. Cierro los ojos, viajo sin billete hasta aquellos momentos y, por un instante, siento lo que sentía. Me ves, te veo, sonreímos. Odio tener que recordarlo, pues solo se recuerda lo ya perdido.