Hace unas semanas recibí un
correo del escritor y periodista colombiano José Luis Díaz-Granados, con un artículo que había escrito sobre
los días que compartió –en 1989 y en la RDA- con el gran escritor argentino Salvador Benesdra, cuya novela El
traductor posiblemente sea lo mejor que leí en 2013 (ver aquí reseña). Todo el artículo tiene ese aire de encuentro entre escritores perdidos de los libros de Roberto Bolaño.
Le pedí permiso a José Luis para compartir su artículo sobre su relación con
Benesdra en el blog y él me lo dio. Aquí está:
RECUERDO
DE SALVADOR BENESDRA
Por
JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS*
El
autor de esta crónica (en el círculo) y Salvador Benesdra (en primer plano)
junto con otros compañeros, caminando por las calles de Weimar, RDA (Abril de
1989).
El 2 de enero de 1996, el
narrador argentino Salvador Benesdra se suicidó arrojándose del balcón de su
apartamento del piso 10 en su ciudad natal. Benesdra, quien solo dejó dos
libros, legendarios y controvertidos ---El traductor, novela de 600 páginas,
que había sido finalista del Premio Planeta en 1995, y El camino total, un
insólito libro de autoayuda “para gentes en tiempos de crisis” ---, se ha
convertido a casi dos décadas de su muerte en un escritor de culto y su novela
estelar ha sido comparada con Adán
Buenosayres de Marcehal y Rayuela de Cortázar.
Benesdra, nacido en Buenos Aires
en 1952 fue un lector precoz que antes de los diez años dominaba seis idiomas,
incluido el japonés, y leía con la misma pasión textos filosóficos de Budismo
Zen, Junger y Wittgenstein y escritos revolucionarios de Marx, Engels, Lenin,
Trotsky y Mao Zedong. Hizo estudios de psicología en la Universidad de Buenos
Aires y vivió Europa durante las dictaduras militares argentinas en los años 70
y 80.
Salvador
Benesdra (a la derecha) escucha a la traductora Christiane Becker. Al fondo, el
autor de esta crónica con la periodista mexicana Alicia Alarcón y la sicóloga
mexicana Elda Aranda Borbón. (Weimar, RDA, 1989).
El traductor,
cuyo manuscrito fue rechazado por una docena de editoriales, apareció
póstumamente en Ediciones de la Flor y más tarde fue reeditada por su
entrañable amigo Elvio Gandolfo, quien escribió un prólogo revelador y
entusiasta sobre el autor y su obra. Esta novela, obesa e inclasificable, está
escrita en el entorno de la caída del Muro de Berlín y recrea la trayectoria
vital de Ricardi Zevi, un traductor que trabaja en una editorial marxista en
los años finales de la década del 80. Al mismo tiempo relata la historia de
amor del protagonista con una dama cristiana evangélica que le es infiel, por
lo cual el traductor la obliga a prostituirse. Y de manera simultánea inventa
un sistema filosófico que ha de llevarlo a disciplinas espirituales hacia
dimensiones superiores.
La novela, según cada lector
específico, puede resultar la interminable y tediosa alucinación de un enfermo
mental como también la evidencia de una literatura de altas dimensiones
estéticas y humanas. En la vida real, Benesdra estuvo recluido en el Hospital
Saint Anne de París a finales de los 70 por problemas psicóticos y allí lideró
un amotinamiento en solicitud de una mejor calidad en los hábitos elementales
de vida. Cinco años después regresó a su patria y allí se dedicó al periodismo
en diarios y revistas de izquierda y a actividades sindicales, aunque la
verdad, su mayor obsesión fue la de escribir ese maravilloso y extraño
mamotreto narrativo que le dio el pasaporte a la inmortalidad literaria.
* * *
Conocí a Salvador Benesdra y
compartí día a día con él durante un largo mes ---abril de 1989---, en la
República Democrática Alemana, seis meses antes de la caída del Muro de Berlín.
Dirigentes políticos y sindicales, artistas, periodistas, escritores y
activistas de izquierda de América Latina, fuimos invitados por el gobierno de
Erich Honecker a un evento de amistad entre la RDA y nuestro continente.
Recuerdo de manera especial a
ese argentino blanco y delgado de bigote negro y espeso bajo la mirada
fulminante, compañero de todas las horas y de todos los recorridos; sus
indagaciones punzantes, críticas y en ocasiones irónicas, a cada uno de los
representantes del gobierno al final de cada charla o conferencia sobre los
diferentes temas que nos presentaban. En varias ocasiones planteó la
posibilidad de radicarse unos meses en la RDA, sin respuesta precisa. Recuerdo
cómo se burlaba de mi disciplinado comportamiento en cada acto, tanto en
Weimar, la ciudad de Goethe y Schiller donde nos hospedamos la mayor parte de
la estancia, como en Berlín Oriental,Potsdam,
Gera, Sitzendorf, Erfurt, Mühlhausen, Jena, Leipzig, Mellingen y
otros históricos poblados de la legendaria Alemania.
En Berlín, una noche salí del
Hotel “Under den Linden” a tomar un poco de aire, cuando oí la voz de Salvador
que me llamaba por mi nombre. Llegaba de ver la representación de Don
Giovanni de Mozart, acompañado por el escritor uruguayo Juan Carlos
Mondragón y el musicólogo brasilero Ennio Scheff, y quería tomarse un trago de korn,
una especie de vodka de trigo alemán. Nos lanzamos a caminar por la
“Frederichstrabe”, pasamos por en Berliner Ensembler, el célebre teatro de
Brecht, y terminamos en el “Berie Berliner”, departiendo con un montón de
parejas jóvenes que fumaban y bebían cerveza sin parar. No me olvido como reía
a carcajadas, al igual que sus compañeros, con mis chistes y anécdotas de
personajes colombianos. En todo momento brindábamos por la alegría de vivir y
por la paz en Colombia.
Benesdra se concentraba
sobremanera en las exposiciones y documentales que nos proyectaban en cada
evento, para después hacer preguntas audaces y polémicas. Pero en general,
expresaba su horror ante las barbaridades cometidas por el nazismo. Contemplaba
atónito las escenas de la película Desnudos como lobos, basada en la
novela del escritor comunista Bruno Arpizt sobre las atrocidades de la Gestapo,
pero nunca lo vi tan sobrecogido como cuando nos llevaron al antiguo campo de
concentración de Buchenwald. La visión de los hornos crematorios, los
testimonios de las má
s aberrantes torturas a los seres humanos, los campanazos
de ultratumba que obligaban a guardar un fúnebre silencio y la orgía de
crueldad y muerte que se respiraba en aquel ambiente, dejó mudo y paralizado de
terror a este delgado y frágil compañero argentino que por aquel tiempo debía
tener 36 años de vida.
Visita
al antiguo Campo de Concentración de Buchenwald. De izquierda a derecha: el
poeta colombiano José Luis Díaz-Granados, la sicóloga mexicana Elda Aranda
Borbón, el escritor uruguayo Juan Carlos Mondragón, la periodista mexicana
Alicia Alarcón y el escritor argentino Salvador Benesdra. (En la antigua
República Democrática Alemana, abril de 1989).
Benesdra
tenía un temperamento fluctuante. Yo le tenía cierto temor por sus reacciones
sorpresivas. De pronto se quedaba mirándome y se burlaba de algún gesto o
comentario mío. Otras veces me criticaba con dureza alguna opinión política. Un
día le pedí que me tomara una foto junto a una placa que decía “Pablo Neruda
Strabe” y me regañó: “No te pongas tan trascendental”. Entonces me reí y le
agradecí la lección. Esa noche, después de la cena, yo escuchaba con mucha
atención a un dirigente polaco de filiación cristiana y noté que desde la mesa
de enfrente, solitario, Benesdra no dejaba de observarme. Como vio que yo
escuchaba con devota atención al dirigente, no pudo contenerse y se pasó a
nuestra mesa donde comenzó a hacerle toda clase de preguntas sobre las relaciones
del cristianismo y el comunismo. Recuerdo la frase lapidaria del polaco: “Si dos hombres no saben convivir, no valen
ni el comunismo ni el cristianismo, ni nada”.
La
amistad intensa y controversial que sellamos en esa primavera alemana de 1989
Salvador Benesdra y yo, desapareció una vez nos despedimos a fines de abril
cuando ya comenzaban a ondear en Berlín Oriental las banderas de los
trabajadores para conmemorar su día emblemático. Nunca más tuve noticias de ese
ser excepcional y querible que pasaba fácilmente de la risa torrencial al
silencio y a la melancolía reflexiva, hasta esta mañana decembrina de 2014
cuando por casualidad consulté una página de literatura argentina y encontré
con jubiloso asombro que, luego de su trágica muerte de la cual yo no sabía, se
había convertido en un escritor de culto, con sobrados merecimientos, lo sé, y
desde ahora con el más afectuoso recuerdo por parte de este compañero de viaje
que nunca lo olvidó.
JOSÉ
LUIS DÍAZ-GRANADOS (1946),
poeta, novelista y periodista colombiano. Es autor de 30 libros de diversos
géneros literarios. Su poesía se halla reunida en El laberinto (1968-1984) y La
fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003). Su novela Las puertas del infierno (1985) fue
finalista del Premio “Rómulo Gallegos”. Ha escrito numerosos textos para niños
lo mismo que libros de ensayos y artículos de prensa. Reside en Bogotá donde se
desempeña como profesor universitario.