Hay días nostálgicos, entrañables, de pura ensoñación, que uno se queda pensando en su vida y en las cosas que han merecido la pena vivir y el día a día que hay que continuar. Lo construido y lo construible.
Piensas en el más acá y también en el más allá. Piensas también en las religiones, en aquellas que creen a ciencia cierta en la reencarnación, y acabas creyendo lo que no sabes si es cierto. ¿Y si tuviera vidas anteriores a esta? A veces te quedas pensando en esas posibles vidas pasadas: si fuiste rico o pobre, si acompañaste en mil batallas a Napoleón Bonaparte, o si fuiste bufón en la corte del Rey Arturo.
Te quedas pensando y… ¿cuál recuerdas? Sólo una. Puede que nunca tuviera un antes y que ésta sea el durante y también el después.
Los textos dicen que la primera existencia es la más dulce, la más bonita, la que consigues todos tus deseos y todos tus sueños. Suelen ser personas millonarias, nadan en la abundancia y a su vez son muy felices. Pero hay personas que ya son millonarias en felicidad, porque sin tener millones de “petrodólares”, ni nadar en piscinas con champán francés, también están repletas de alegrías y de emociones.
Armonizan con la familia basando sus relaciones en el amor y el respeto, no por lo que tengan o puedan llegar a tener, sino porque gozan con sus hijos cuando pasan tiempo con ellos, jugando y educando. Disfrutar con los momentos dulces y amargos que da la existencia, puesto que esta vida fue hecha para el sufrimiento constante, pero también hay momentos en los que la mente desconecta del mundo real y se centra en algo concreto: la magia que precede al estado de felicidad plena (aunque sólo sea algo idílico en nuestras mentes).
Nuestra infancia es un recuerdo del tiempo pasado que solemos llevarlo a nuestro presente y a su vez, comparar ese recuerdo para moldearlo a nuestro antojo en este presente. Por lo que a veces nuestra propia mente perfecciona un recuerdo que, nunca sucedió tal y como fue.
Recuerdos de amores pasados de juventud, amores platónicos con cantantes y famos@s. Ensoñaciones románticas con mesa y velas, música suave y clásica, don de gentes… recuerdos con los que te cruzaste en un viaje de avión, una estación de autobuses o una parada de metro. La causa tiene su efecto y el efecto produce causa. La casualidad y la causalidad son partícipes entre sí y a la vez contrarias. El recuerdo es el mero hecho de un suceso impactante en nuestra mente, que nos viene devuelto con el tiempo falseado a libre interpretación de nuestro cerebro, con una calidad fotográfica a veces indescriptible, y otras, transformadas en recuerdos borrosos.
Siempre tenemos una frase, una canción, una película, una estrofa, una rima, un cuadro, una obra teatral, un musical, una joya, un color, un aroma, un silbido y una carta para el recuerdo. Algunos nos producen sensaciones gratificantes; en cambio hay otros que no y tendemos a esconderlos en las grutas nuestra mente, algunas hasta conseguimos lapidarlas.
Creemos que el cerebro es un disco duro de alta velocidad, que solo recuerda “lo que graba” y que hay partes que borra: el cerebro puede actuar como un ordenador personal, pero es mucho más que eso: su memoria flash nunca se apaga, ya que se alimenta de nuestra alma.
Recuerden que sigamos la religión, principios éticos o morales, e incluso atea que sea, debemos de seguir viviendo y aprendiendo cada día lo que hacemos bien y mal, haciendo balance al menos una vez al año, de todo se aprende. Soportar los golpes y los sinsabores con optimismo, nos dará la oportunidad de aprender y de respetarnos más. Cuando llegue nuestro adiós en este mundo material, coger ese billete de ida con o sin vuelta, llevando con nosotros la mochila con todo lo aprendido. Por si acaso toca volver, no tener que empezar con el mismo recorrido.
El Enviado del 74
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