Revista Cultura y Ocio
Me acuerdo de aquel colegio y de los severos castigos que nos suministraban algunos profesores por enredar o por no sabernos la lección. Recuerdo que nos hablaban de las terribles penas del infierno que nos esperaban si nos tocábamos. Los curas nos decían que además podríamos dañarnos la vista y hasta quedarnos ciegos. A mí siempre me llamó la atención que casi todos ellos llevasen gafas. También recuerdo que fui creciendo y que dejé de creer en muchas cosas y, sobre todo, en ciertas personas.
Los chicos de entonces no teníamos consola, solo el parchís y el juego de la oca. La tele era en blanco y negro y llegó a tener dos canales, el normal y el UHF. Había pocos programas exclusivamente para niños. No nos perdíamos los dibujos animados, ni Bonanza, ni Los Intocables. Nos cagábamos de miedo viendo Rumbo a lo desconocido, con unos marcianos muy graciosos y gente que hablaba un español importado de México o Puerto Rico, como Perry Mason, el famoso abogado criminalista.
Recuerdo que merendábamos pan con chocolate. Había una marca horrible que se llamaba Vitacal, un sucedáneo áspero y de aspecto terroso. Los chicos decíamos: "chaval, toma Vitacal, que el culo te huele mal." Si teníamos alguna peseta disponible comprábamos regaliz o pipas o pastillas de leche de burra. Esas eran las chuches de entonces. Jugábamos mucho en la calle hasta que nos llamaban nuestros padres.
En casa no teníamos un cuarto para cada uno, ni ordenador, ni móvil, pero las noticias volaban y nos llegaban rápidamente, como aquel día en que asesinaron a Sharon Tate los del clan Manson. También supimos cuando Massiel ganó el festival de Eurovisión, mientras en el mundo estaban pasando cosas muy gordas, en Vietnam, en París, en los EEUU… Bueno, de eso no estábamos al tanto, pero no era culpa nuestra.
Recuerdo que carecíamos de muchas cosas de las que hoy disfrutan los niños, pero siempre estaban a mano algunos libros maravillosos: las novelas de aventuras de Salgari o de Julio Verne, las peripecias de Guillermo Brown, los tebeos de El Guerrero del antifaz o de El Jabato. Y sobre todo, teníamos mucho tiempo para disfrutar la calle y los amigos, esas tardes interminables en las que jugábamos al escondite, a las canicas o a la peonza… Podíamos compartir actividad con las niñas en plan más tranquilo y “civilizado”. Entonces solíamos acabar jugando al "balón prisionero" o al "rescate". O bien, sólo con chicos en plan bruto. En ese caso acudíamos a los platos fuertes y jugábamos al fútbol. Bueno, yo era poco “futbolero” y prefería subirme a los árboles como Tarzán o como la mona Chita.
Recuerdo haber ido alguna vez al cine a ver películas como Quo Vadis, Ben Hur, Los Diez Mandamientos o Los cañones de Navarone. Recuerdo también los primeros cigarrillos a escondidas, comprados por unidades sueltas a la pipera del barrio. Y el olor a tabaco disimulado con el caramelo de menta que tomaba después para que en casa no notaran nada.
Me acuerdo de la cocina de carbón y de mi madre trajinando entre cacharros, con la radio puesta, oyendo tal vez la radionovela o el consultorio de Elena Francis.
Recuerdo alguna vez que fui un niño.