Revista Diario
Rayo tenía año y medio, casi dos, cuando en el edificio de enfrente se produjo un incendio grave. El fuego se originó en el salón de un piso y fue tan tremendo que rápidamente se extendió al piso de arriba y afectó, de rebote, a otros dos pisos antes de que los bomberos llegaran. Las llamas se veían salir por las ventanas, el humo negro, los bomberos sacando a dos familias por las terrazas. El espectáculo fue tremendo.
Era de noche, pero no había prisa por acostar a Rayo, eran aquellos tiempos de largas siestas de 3 horas y horarios flexibles. Así que estaba allí con nosotros cuando todo sucedió. Y lo vió, vaya si lo vio. Él quería ver que pasaba y yo, inocente o pava, no sé, le cogí en brazos mientras miraba lo que sucedía.
Mi peque pudo ver las llamas, el fuego salir por la ventana, los bomberos llegar, apagarlo, sacar a los vecinos. No hubo daños personales, aunque sí materiales. Y el niño lo vio todo.
No ha sido hasta tiempo después cuando nos hemos dado cuenta cómo le afectó aquella experiencia. Rayo no es un niño temeroso, pero le aterra el fuego. Le da miedo hasta tal punto que si enciendo una vela aromática y él se va a dormir, se encarga de dejarlo todo bien apagado aunque sepa que yo seguiré estando en el salón. Se ha llegado incluso a levantar de la cama para asegurarse que la vela estaba bien apagada.
Y de vez en cuando, aquellos recuerdos se tornan en pesadillas, como ha sucedido esta noche. Se ha despertado en mitad de la noche porque había soñado que se incendiaba nuestra casa. Ese es su gran y casi único miedo: ver arder nuestra casa.
Es curioso como los recuerdos infantiles se pueden llegar a convertir en miedos y, por supuesto, en pesadillas. Él no recuerda vívidamente ver las llamas o el piso arder. Tiene vagas imágenes en su memoria, pero nada más. El subconsciente lo tiene ahí guardado y lo ha transformado en miedo y malos sueños. Un miedo que le ha vuelto sumamente consciente y responsable, todo sea dicho de paso.
Por eso ahora a veces me arrepiento de haberle dejado ver aquello. Me hace gracia cuando muchos padres o abuelos, ante un niño de corta edad (1 ó 2 años) dicen aquello de "si no se da cuenta". Pues sí, amigos míos, ¡se dan cuenta de todo! Y para muestra un botón.
¿Os ha pasado algo similar a vosotros? ¿Alguna experiencia o recuerdo ha influido en vuestros hijos?