A Dios rogando y con el mazo dando.
Si existe un género en el que el director Kevin Smith, se ha sentido cómodo, en la gran mayoría de sus variables, a lo largo de su (alarmantemente decreciente) carrera, éste ha sido el de la comedia. Ya sea con la comedia indie (Clerks), la comedia adolescente (Mallrats), la comedia romántica (Una chica de Jersey), la comedia de sal gruesa (Jay y Bob el silencioso contraatacan) e incluso las buddie movies (Vaya par de polis). Es por eso por lo que ahora sorprende tanto el giro radical de 180 grados que ha realizado el director de Nueva Jersey con su nuevo trabajo, Red State, en el que se pasa, sin ningún tipo de contemplaciones, al thriller más puro, permitiéndose incluso algún pequeño guiño hacia el terror psicológico. Hay que reconocer, no obstante, que también tiene tiempo para introducir algún gag de auténtico humor negro marca de la casa. Bueno, más de uno. Lo que está claro es que, viendo como iba recientemente su trayectoria, cualquier cambio, en principio, debería ser bien recibido. Y lo cierto es que la jugada parece haberle salido bastante bien e incluso logró llevarse los premios de mejor película y actor en el reciente festival de Sitges. Hay que tener en cuenta, claro está, que ganar en Sitges más que una suerte acostumbra a acabar siendo toda una maldición viendo lo mal tratadas y peor distribuidas (quizás salvo con la excepción de Moon) que han estado las últimas películas que se han alzado con el premio.
En la peli, tres adolescentes con las hormonas al rojo vivo responden a un anuncio de contactos en un periódico local publicado por una mujer madura para mantener sexo ocasional. Este punto de arranque, que podría parecer sacado de una nueva entrega de American Pie, se tornará en una auténtica pesadilla para los tres chicos cuando se den cuenta de que todo ha sido una trampa y que han caído presa de un reducido grupo extremista religioso/sectario, formado por varias familias cuyos componentes (abuelos, padres e hijos, algunos de ellos menores) acuden a la misa impartida por un peculiar pastor, cuyo colofón será el de ajusticiar a los tres pecadores. El reverendo protagonista está interpretado por un magnifico Michael Parks (un habitual secundario del cine de Tarantino). Se podría decir que en el film parece tocado... por la gracia de Dios.
Recuerdo, no hace mucho, en el programa de televisión "Salvados" presentado por Jordi Évole (flamante premio Ondas), un programa especial en el que El follonero viajaba hasta los Estados Unidos y se entrevistaba con el reverendo Fred Phelps y gran parte de su familia (si no han visto el programa se lo recomiendo encarecidamente). El hombre había fundado una pequeña religión ultra conservadora y radicalmente extremista hasta límites insospechados, siendo básicamente su mensaje el de que todas las desgracias que nos azotan son debidas a que los humanos somos unos pecadores de la hostia y que nos lo tenemos bien merecido. Amén. De hecho el hombre prácticamente afirmaba que el atentado terrorista del 11-M en Madrid era debido a que fuera España uno de los primeros países del mundo en aprobar el matrimonio gay (al parecer nadie le informó de que lo de la aprobación fue posterior al atentado). Pues bien, lo que la película de Kevin Smith nos vendría a contar sería una respuesta a la pregunta: ¿Que pasaría si una familia como la Phelps, además de extremista dispusiera en su haber de un arsenal como para mear y no echar gota y que, para colmo, estuvieran dispuestos a usarlo?
Para acabar de rizar el rizo, el director y guionista (Kevin Smith vuelve a los guiones después del estrepitoso desastre que resultó su anterior film Vaya par de polis, estrenado directamente en dvd en nuestro país, a pesar de contar con Bruce Willis como protagonista) introduce un nuevo factor en la cinta con la entrada en escena de la policía. Parece claro que si un grupo sectario quiere finiquitar a tres salidorros, la entrada en escena de las fuerzas del orden público debería ser recibida como si de el séptimo de caballería se tratara. Pero no para Kevin Smith. Para él no es más que un nuevo punto de conflicto para acabar de rizar el rizo y que la bola de nieve que rueda desbocada, montaña abajo, resulte lo suficientemente voluminosa. Entre los polis encontramos a un John Goodman que demuestra seguir estando en una muy buena forma.
La película, como decíamos al principio, es muy poco propia de Kevin Smith pero, a la vez, y aunque resulte contradictorio, termina siendo muy suya. Y lo es porque cuando realmente la película baja de intensidad es, precisamente, cuando el film queda reducido a una reiterativa ensalada de tiros. Y es que al principio de que empiecen a aparecer armas a troche y moche uno, como espectador, no puede evitar fliparse un poco y pensar: la que se va a liar aquí. Pero el director no logra mantener la tensión del momento y la película va languideciendo mientras, de fondo, se hoyen las balas y la película parece dejar escapar el magnífico punto de partida que había significado su arranque inicial. Pero por el contrario, cuando la película nos regala sus mejores momentos es cuando, simplemente, sus protagonistas se ponen a hablar. Algo que Kevin Smith ya ha demostrado que se le puede dar rematadamente bien. Por ejemplo, el protagonista se suelta un monólogo de cuarto de hora frente la pantalla que es como para enmarcar y, por supuesto, hay momentos en el que los personajes mantienen diálogos francamente ocurrentes. Cómo el diálogo final del film que, después de toda la tensión acumulada de la película, logró arrancar sonoras carcajadas de la gran mayoría del auditorio de Sitges.
Resumiendo: Kevin Smith navega entre dos aguas con este giro a su carrera que termina resultando excesivamente irregular, aunque válido, al fin y al cabo, por sorprendente y arriesgado.