Nueva York es una ciudad que ejerce sobre mí un extraño halo narcótico de atracción que no puedo evitar, que me atrae hacia ella. La busco en cada película, en cada novela que se establece en sus calles, en su idiosincrasia cosmopolita, la capital del mundo, la ciudad norteamericana menos yanqui. ‘Brooklyn follies’ es como un recorrido vital a través de un barrio cuyas casas, de ladrillo rojizo son un personaje más de su historia.
Paul Auster conoce como nadie la somnolencia con la que el estadounidense medio atiende a lo que le rodea, por eso él, nos invita a retirarnos la venda y mirarle a la vida a los ojos. Su libro derrama vida entre sus líneas y exhorta a disfrutarla desde cada uno de sus capítulos. La vida que a veces se acaba, como la de Nathan Glass, pero que hasta el último momento es necesaria y disfrutable. Vida que genera otras vidas, como las que pelean los compañeros de viaje del protagonista, que perdidos en su nudo existencial se reúnen en torno a un guía mesiánico.
No es tal vez el mejor Auster (amigo Paul, si no existiera usted, tendríamos que inventarlo) y sin embargo es capaz de cerrar un cuento casi perfecto alrededor de un proyecto absurdo y una suerte de encuentros y desencuentros que aportan más que restan.
Experto en cuidar una prosa sencilla, cotidiana, elocuente en sentimientos pero no en sentimentalismos, experto en hacer que América nos parezca un sitio cercano y entendible, confiere a esta historia de una luminosa hermosura vital que no suele ser habitual en su literatura.
Nathan Glass luchará contra su propia adversidad, su enfermedad. Su sobrino Tom descubrirá el amor y la pequeña Lucy paladeará la tranquilidad de verse en familia. Son sólo, tres de las muchas aristas que esta historia nos desvelará, con el objetivo sencillo de profetizarnos la búsqueda de la felicidad como aliciente vital. Pero la felicidad es efímera a veces, por mucho que la absorbamos con ansia cuando la tenemos delante. De eso también se encarga de hablarnos la novela.
Tal vez pueda pecar de sentenciosa y moralista, pero sin dejar de ser una comedia y sin ahondar demasiado en ese mensaje aleccionador, discurre sin fallos como una historia costumbrista y una road movie con sentimientos, que nos dejará un gran sabor de boca si ya conocíamos la narrativa de este autor o si le descubrimos con ella.
Ya conoceréis ‘La trilogía de Nueva York’ o habréis visto ‘Smoke’ con un genial Harvey Keitel. Si no es así, os recomendamos que os hagáis con todos y os montéis vuestro propio festival Auster este fin de semana. Palabra de Ninho Naranja.