Revista Diario
Después de 15 días alejada de teclados, pantallas, asfalto y calor hemos vuelto a casa. Por fin, tras más de tres décadas de existencia, he aprendido a no lamentarme por el tiempo pasado, como mucho sentir un poco de añoranza, pero siempre con la satisfacción de haber vivido algo bonito. La arena acariciando los pies y moldeando grandes castillos de grandes señores y princesas. El agua salada de un mar que, con sus divertidas olas me ha devuelto aquellos saltos y gritos de euforia por sortear una aguas junto a mis dos pequeños entusiasmados y excitados por su primera aventura de verdad en el mar. Esos largos paseos convertidos en carreras y misiones para desviar la atención de aquellos que con sus piernecitas hacían verdaderas travesías del desierto. Helados; toboganes; tormentas de verano; caballos; siestas; olas; más castillos en la arena; abrazos a la luz de la luna mirando unas estrellas de nuevo descubiertas. Días de vivir en familia, con los que de verdad importan, con los que añoramos de verdad en las largas jornadas de oficina. Días de risas, besos, continuos "te quiero mucho" a mamá, a papá, a los abuelos. Días de alegría en los que te das cuenta de que la vida es en verdad deliciosamente sencilla.