La última vez que nos vimos, no nos miramos. Tus ojos, esos ojos de gata como decía aquella canción, que más de una noche quedaron enjaulados en el insomnio de calles mojadas y de esquinas sin retorcer, no pueden ocultar que siguen atrapados por la arena húmeda de un reloj, que se detuvo en aquellos besos que ahora se han robado por otros labios; en aquellas caricias, ahora rotas por la hoja de un cuchillo que afilamos entre los dos.
La última vez que nos encontramos, pronunciaste mi nombre. De tu boca expiraron aquellas cuatro letras, y una mueca de burla se quedó grabada en tus labios. No quiero volver a recordar que en aquel instante me llamaste por aquel nombre, porque hoy, dicen que ya ha desaparecido de tu garganta, y has dejado que se enrede en las cuerdas de tu voz, para que se ahorque en tu olvido.
La última vez que nos cruzamos, ya es historia. Los dos dejamos escrito un final sin epílogo, con renglones torcidos y palabras que fueron tachadas con un bolígrafo que se quedó una noche sin tinta. Hay quien dice que incluso alguna letra se haya querido borrar.
Dicen que has vuelto a pronunciar otro nombre. Que has cambiado las cuatro letras y que de nuevo ha regresado a tus labios, la palabra amor. Pero los dos, nos seguimos buscando cada mañana, porque aquel pecado sigue postrado en nuestros recuerdos, y queremos redimirnos de aquellos restos, para librarnos de esas puertas que quedaron entreabiertas, porque ambos sabemos que dejamos las llaves puestas, en una cerradura que se fue oxidando por la distancia.
Qué distancia separa el odio del amor.
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