La costumbre se afianza con facilidad en las organizaciones y, por eso, para muchos es sencillo pensar que la forma actual de hacer las cosas no sólo es buena, sino que es la mejor. Sin embargo, esta forma de pensar no nos permite ver los problemas que tenemos día a día, o si los vemos, los difuminamos mirando hacia otro lado. Ejemplos hay en todas partes: derivaciones (innecesarias), quirófanos (mal programados), pruebas (solicitadas por inercia), burocracia en la consulta (que se incrementa y no se corta), efectos adversos sobre el paciente (infección nosocomial), etc. Muchos de esos problemas nacen de procesos mal diseñados o mal ejecutados. Por ello, es lógico pensar que cambiando la forma de hacer las cosas se podría mejorar la calidad del servicio e incluso la satisfacción del profesional. Pero hay un factor importante a tener en cuenta: los costes. Y más en una época de crisis como la actual. En la revista British Medical Journal hay una sección coordinada por el King's Fund titulada Face to Face, en la que varios expertos responden a una pregunta exponiendo sus puntos de vista. Hace 2 semanas se publicó el debate correspondiente a esta pregunta: Can the NHS cut costs without substantially damaging the quality of health care? Para ser más gráficos, vamos a poner un ejemplo (inventado, por supuesto): La solución correcta no es fácil. La número 1 iría seguida de una campaña en prensa muy agresiva alegando que se produce una reducción de la calidad y una limitación de los cuidados a la población infantil. La número 2 es la que ocurre en muchos centros. La número 3 sería la que aceptarían algunos sindicatos para evitar problemas con los trabajadores. ¿Que solución escogerías? ¿Y si se tratara de un hospital privado y fueses su gerente? El debate está claro: ¿Podríamos reducir costes sin que afecte a la calidad? Tal vez la pregunta esté mal hecha: ¿alguien se atreve a cambiar los procesos para conseguir que sean más eficiente? En unas organizaciones como las sanitarias con procedimientos tan complejos y caros, cualquier mínima medida de mejora puede implicar un ahorro importante. Pero las resistencias al cambio siempre están ahí y vencerlas desgasta mucho, excepto que sea la organización al completo la que cambie su forma colectiva de pensar, un auténtico cambio de cultura. Además, todavía quedan algunos procesos en el ámbito sanitario basados en la comodidad del profesional, por lo que hablar de mejoras y de eficiencia es casi un chiste. Pero aunque alguno sonría cuando lea esto, seguiremos trabajando, pensando, hablando, ideando y lanzando propuestas hacia todas partes. Por cierto, en el grupo de Linkedin "Gestión Sanitaria" hay una propuesta para hacer un Face to Face a la española. ¿Te animas a participar? Ya iremos contando más cosas. Ahora canción para ver las cosas desde diferentes perspectivas, que hasta las canciones de Parchís lo decían en su época.
En otros sectores, no habría mucho problema para hablar libremente de reducción de costes, pero en sanidad todo es diferente. Cualquier propuesta dirigida a la reducción de costes acaba siendo usada como arma política o sindical asociándola a un descenso de la calidad.
Un hospital público inaugurado en 1981 cuenta con una unidad de hospitalización de pediatría con 30 camas, adaptada a las necesidades iniciales. Dicha planta hoy, 30 años después, tiene una ocupación media del 40% durante el año. Teniendo en cuenta que las camas pediátricas no pueden ser utilizadas por pacientes adultos, ¿que se puede hacer? Las opciones podrían ser:1. Transformar un tercio de la planta en unidad de hospitalización de adultos (si es necesario) o cerrar ese tercio temporalmente, utilizando a los profesionales para otras necesidades.2. Dejar la planta abierta al completo por si acaso. 3. Cerrar el tercio de la planta pero dejando a los trabajadores en la unidad para reforzar la asistencia que se presta.