Muchos ya me han preguntado como se hace para viajar tanto tiempo sin extrañar demasiado. Y mi respuesta es siempre la misma: es imposible.
Con un poco de trabajo mental se puede soportar la falta de delicias autóctonas como el dulce de leche, un rico mate, unas milanesas napolitanas o para algunos otros, un buen vaso de fernet.
Pero aún considerándome alguien bastante desarraigado, es absurdo pretender no echar de menos a la familia, a los amigos, a “los suyos”, la gente querida del lugar donde uno vive. Los avances de la tecnología y la mejora en las comunicaciones permiten un contacto más frecuente que sin duda alguna te ayuda, pero lamentablemente los abrazos fuertes todavía no pudieron ser digitalizados.
Este post se trata justamente de algunas de estas personas. Como para burlarse de la lógica, quizás los individuos más amados son usualmente aquellos que jamás tuvimos la oportunidad de elegir. Uno elige a los amigos, a las parejas y hasta a las mascotas, pero no a ellos. Y a pesar de eso, el sentimiento es tal que jamás querríamos cambiarlos.
En mi caso, la mayor parte de mi familia está en mi ciudad natal, Buenos Aires. Durante toda mi vida compartí incontables reuniones con todos ellos y cuando me preguntan sobre el desarraigo, es en ellos en los que pienso primero.
Pero hay dos personas a las que sólo ví un par de veces en mi vida. Contables con una mano, o a lo sumo con una mínima colaboración de la mano vecina, son las ocasiones en que ellos cruzaron el charco para un reencuentro familiar. Y sin embargo, el vínculo que tengo con ellos es tan fuerte como con todo el resto de la familia, y pude comprobarlo perfectamente esta vez en la que fui yo el que sobrevoló el Atlántico.
Los únicos otros portadores de mi apellido en el mundo, de ciudadanía española y residentes precisamente en su capital, Madrid. Los presento públicamente: mi tío Walter y mi prima Pamela.
Con mi tío Walter
Con mi primita Pamela
Hacia esa ciudad me dirigía tras bajar desde el norte de España, atravesando la histórica región de Castilla. La fecha de llegada había sido cautelosamente elegida en un largo cruce de correos por dos eventos principales que se daban esa misma semana de mi arribo.
En primer lugar, mi prima se graduaba de ingeniera. ¡Orgullo familiar (y particularmente mío), una nueva colega llegaba a la familia! Mi venida había sido elegida entre los dos para dejarla preparar su último examen, cuya gran dificultad fue gambeteada con éxito para conseguir el ansiado título.
Y por otro lado, conocer y presenciar el primer cumpleaños del último integrante llegado a la familia. El único otro heredero hombre del apellido. El pequeño y divertidísimo Davidcito, mi nuevo primo.
Con mi nuevo primito!!
No entraré en muchos detalles del esperado reencuentro familiar. Sólo dejar algunas fotos del cumpleaños y aprovechar para agradecerles por la gran hospitalidad y los hermosos días que pasamos juntos. A mi tío, con el que compartí tantas buenas charlas, incluídas sus enseñanzas en la gran pasión que nos une: la fotografía. A mi prima, por las largas caminatas y visitas diurnas y nocturnas a la ciudad, con interminables conversaciones que hace rato nos debíamos. Y a Mihy, la esposa de mi tío, que también me recibió con mucha hospitalidad y ayudándome en cualquier cosa que necesitaba.
Mi nuevo primito!!
Primer cumpleaños de mi primito
Primer cumpleaños de mi primito
Jugando con la linterna luminosa que le regalé
Las pinturas de mi tío. ¿El lugar les suena conocido?
Madrid y sus encantos ocultos:
Madrid es de esas ciudades cuyo romance se oculta tras un velo. No tiene una Torre Eiffel, un Coliseo o un Taj Mahal. Se podría decir incluso que no le gusta exhibirse, provocando desde el encubierto y sólo dejando al desnudo las maravillas pictóricas del Museo del Prado o la imponencia del Palacio Real.
Sin embargo, y con la compañía de una excelente guía local como lo es mi prima, fuimos a recorrerla para intentar descubrir los encantos escondidos tras dicho velo.
Primero, tratamos con sus puntos turísticos, pero el efecto en mí no fue el suficiente. El bonito Parque del Retiro, las puertas de Alcalá y del Sol, las fuentes de Cibeles y Neptuno, la Gran Vía… ¡Vamos Madrid! ¡Sé que podes dar más! Logró bajarme las defensas con las geniales pinturas y esculturas del Museo del Prado, pero volvió a retroceder casilleros con las incomprensibles excentricidades del Museo Reina Sofía.
Justamente en dicho museo, estabamos anonadados ante la aparente estupidez de algunas de las obras expuestas. Tal es así que decidimos reírnos un poco de los demás visitantes. En una sala prácticamente vacía, más que por una obra que consistía en un perchero blanco, una silla y una naranja sobre ésta, nos acercamos a una simple baldosa del suelo. Agachados, empezamos a señalarla para atraer curiosos, que no tardaron en acercarse.
Pero empezó a sonar la alarma del museo. El guarda nos pidió que nos alejaramos de la obra de arte.
- “¿Cuál obra de arte? ¡Era una broma lo de señalar una simple baldosa!”
- “No me refiero a la baldosa. Me refiero a la pared. La pared es una obra de arte”.
Miramos con incredulidad unas rayitas formando un cuadriculado en la pared que se alzaba al lado de nuestra baldosa. ¿Esta pared es una obra de arte? ¿En serio? ¡Ah bueeeeeno! Creo que con eso explico el nivel de “obras de arte” que allí se exponen.
Algunos puntos más como el Templo egipcio de Debod o el Palacio Real tampoco terminaron de plasmar su efecto en mi. Había que probar con otra cosa.
El Casco viejo de Madrid
Parque del Retiro, Madrid
Plaza Mayor de Madrid
Hasta los barrenderos de bronce me echan de la plaza
Palacio Real
Palacio Real
En el Santiago Bernabeu, estadio del Real Madrid
El segundo intento de descubrir los encantos de Madrid vino por el lado de la gastronomía. La comida española es mundialmente famosa por sus paellas y sus jamones, pero hay otra gran variedad de especialidades para degustar.
Los extraños gustos del gazpacho y de la horchata de chufa comenzaron la sorpresa. Un exquisito bocadillo de calamares(un fabuloso sandwich de rabas) dejó groggie a mi rebeldía inicial y el golpe final vino de la mano de las tapas.
El mejor bocadillo de calamares en Madrid
No hay quién pueda decir que visitó Madrid si no se “fue de tapeo” por la ciudad. Ya expliqué en este post acerca de los pintxos del País Vasco.
¿Qué hay entonces de las “tapas”? ¿Son lo mismo?
Aunque el sistema es similar en muchos bares, entendí de lo que escuché que los pintxos y las tapas son dos cosas distintas, más allá de que en el País Vasco también se pueden conseguir tapas y hasta algunos las venden como pintxos.
Hay muchas historias que explican porque llamar “tapas” a un pequeño (y a veces no tanto) plato de comida como aperitivo para degustar. Hay quienes dicen que se originó para que la sopa, o cualquier otro plato principal, no se enfríe. Otros dicen que fue para que no le entren moscas. Algunos más dicen que lo que se tapaba era la caña de cerveza.
Lo cierto es que al plato principal o caña de cerveza (una caña es un vaso más chico que la pinta) se lo “tapaba” con una rodaja de pan o un plato con algo de comida para probar, y desde allí se mantuvo la costumbre.
En los bares más típicos, al pedir una caña de cerveza, viene incluída con el precio una tapa, que ya no se pone encima sino al costado y generalmente es sorpresiva ya que no sabes de que será la tapa que te pondrán.
Los españoles fueron un poco más allá aún inventando la tradición de “irse de tapeo”, que consiste en ir de bar en bar consumiendo una caña con una tapa en cada uno. Es muy típico hacer esta “gira” con amigos al salir del trabajo, parando como mínimo en tres o cuatro bares.
Tapas madrileñas. Fuente: Wikipedia
Pero sentía que aún algo faltaba. La gastronomía no podía ser sólo lo que me dislumbre de Madrid. Quizás necesitabamos refuerzos. Mireya, una amiga de mi prima, se sumó por dos noches en la ansiada búsqueda del secreto oculto de los locales.
Y finalmente apareció lo que al menos a mí, me impactó de la ciudad.
De noche, todo el centro madrileño parece convertirse en un gran bar. De proporciones más grandes de las que haya visto en cualquier otro barrio de moda para salir, la cantidad de pubs y de movida nocturna de la ciudad es espectacular.
De mi predilección fueron especialmente esos lindos bares típicos españoles. Donde los mozos le gritan las órdenes a los cocineros. Donde todos están parados, apoyados sobre las barras, comiendo tapas y tomando cañas de cerveza. Donde las paredes están decoradas con azulejos que reflejan el espíritu del país. Y en tiempos de Eurocopa de Fútbol con el buen presente del equipo nacional, son bares donde se vive intensamente la pasión del gran deporte mundial.
El resto de los bares, más modernos, también se llenan de gente cada noche, quizás ayudados por las grandes habilidades para el marketing que tienen los tarjeteros latinos que colman las calles. Al parecer, los argentinos son los más requeridos y por lo tanto presentes en abundancia, ideales por su característico “chamuyo argento”.
Típicos bares madrileños
Salidas nocturnas por Madrid
Con Mire y el bajista rastafari que tocaba en ese bar
Pame y Mire, mis guías en Madrid
Una escapadita a Toledo nunca está mal, y menos en semejante transporte:
Ante mi deseo de conocer la famosa ciudad de Toledo en las cercanías de Madrid, mi tío aceptó con gusto irnos un día de escapada. Tío y sobrino, cámaras de fotos preparadas y todo listo para emprender el camino. Ya tenía averiguado donde se tomaba el bus, cuánto costaría, cuánto tardaría en llegar…
“¿Pero qué tal si vamos en mi moto?”, sugirió él. Para cualquiera que haya leído esa frase, sea cual sea su opinión sobre las motos, la idea no parece resultar demasiado sorprendente como para que valga la pena comentarla en este blog.
Claro, eso es porque no mencioné que no se refería a una moto cualquiera…
La Harley Davidson de mi tío
La Harley Davidson de mi tío
Paseos fotográficos
La Harley Davidson de mi tío
Mi tío es una persona a la que le gusta darse los gustos siempre que pueda, y es así como al buscar una moto, se compró ni más ni menos que una fabulosa Harley Davidson.
No era la primera vez que me subía a una moto y la experiencia siempre había sido regular. Un poco más de adrenalina, un poco más de viento en la cara, pero bastante más de incomodidad y de confianza hacia el conductor generaban que yo no tenga un particular afecto por este medio de locomoción.
Pero todo cambia en una moto como estas, y eso que yo no soy marquero. El viaje de ida a Toledo no lo voy a olvidar jamás.
Cómodamente sentado, con mi cámara atenta a todo lo que pasaba, con la gente saludando y elogiando la moto al pasar a nuestro lado.
Me di cuenta que viajar en moto es una de las mejores maneras de sentir la ruta. Tuve la misma sensación que al viajar a dedo en un camión abierto. La del viento en la cara transportando cada aroma de los campos que el camino va surcando…
Inclusive, pude sacarme el gusto de ver en vivo uno de los pocos Toros de Osborne tan característicos de las rutas españolas, que tienen el privilegio de ser los únicos carteles de publicidad permitidos a la vera de las carreteras de este país.
Paseo fotográfico en una Harley ¿Nada mal, eh?
Con mi tío Walter
El Toro de Osborne, simbolo de las rutas españolas
De Toledo vimos poco. No entré ni a la catedral, ni al Álcazar ni a ninguno de sus museos. Simplemente nos perdimos por las típicas callecitas, visitando los famosos negocios de artesanías en oro y lladró, y recibiendo la mejor clase práctica de fotografía que uno puede esperar de la voz experta de mi tío.
Callejuelas de Toledo
Balconcitos de Toledo
Callejuelas de Toledo
Adornos en oro - Toledo
La famosa ciudad de Toledo
Unos excelentes y muy esperados días en familia que sirvieron además para descansar, recuperar energías para seguir viaje y para conocer los secretos ocultos de otra gran capital del viejo continente.
¡A la ruta nuevamente con destino a Andalucía, donde el pronóstico indica mucho pero mucho calor!
¡Saludos a todos!