Hoy, por razones que ustedes sabrán entender, no escribo desde el humor. Confío en que les va a gustar.
Cuando se fue, de golpe y sin aviso, sentí la tristeza más profunda que jamás había vivido.
A medida que pasaban los años y, aunque nunca lo olvidé, pensé que debería confiar exclusivamente en mi memoria para mantener su imagen junto a mí.
Lo extraño es que lo volví a encontrar en el lugar y el momento más inesperado. Me tomó un rato reaccionar, más que nada por la sorpresa.
No lo puedo olvidar. Fue hace 8 años y a decir verdad, no estaba preparado. Estábamos a pocos días de un aniversario más de su muerte y en ese momento mi atención estaba en otro lado.
Acababa de nacer mi primer hijo y como se imaginarán no podía pensar en otra cosa.
Yo, como clásico padre primerizo, estaba hipnotizado por esa responsabilidad con forma de persona que tenía en brazos (y que, para ser sinceros, me hacía alternar entre una inmensa alegría y un cagazo importante). No podía dejar de mirarlo.
Y ahí, justo en ese momento, lo vi: en los ojos de mi hijo, en su forma de mirarme, me reencontré con mi viejo. Reviví su mirada, sus abrazos y su voz. Recuperé un vínculo que estaba, hasta ese momento, limitado al ámbito de la memoria y al esfuerzo para que no desparezca.
Supe, sin dudarlo, que iba a hacer todo lo posible para ganarme como padre la mirada que yo, como hijo, tenía para con mi viejo.
Desde ese momento sé que cuando quiero verlo, sólo tengo que mirar profundamente a mi hijo a los ojos y ahí está, recordándome cuántas cosas aprendí de él. Cosas que no supe o no entendí en su momento pero que son absolutamente claras hoy.
Gracias a vos, hjo, tuve por primera vez en muchos años, la posibilidad de reencontrarme con mi viejo, tu abuelo.