A nadie se le oculta que el partido en el que milito, Esquerra Unida del País Valencià, tiene poca representación parlamentaria. Apenas tres personas, una por cada provincia, conforman nuestro equipo de diputados en "Les Corts" de Valencia. Ahora bien, se puede decir que cada uno vale por tres. Siguiendo a diario las publicaciones en el blog de Lluís Torró, o el perfil en Facebook del "Grup Esquerra Unida en Les Corts", encuentro motivos más que suficientes para sentirme orgulloso de su labor y de su compromiso (todavía me indigno cuando recuerdo las imágenes de nuestra coordinadora Marga Sanz arrastrada por la Policía por plantar cara de forma pacífica en defensa de "El Cabanyal" de Valencia).
Y otro tanto puedo decir de Joan Josep Nuet, el Senador catalán con una hiperactividad en todos los terrenos. Ayer leía en su blog que Nuet ha suscrito el "Manifest per un Pacte Nacional per a la Laïcitat", impulsado por el Moviment Laic i Progressista, y que pretende ser uno de los pilares en la arquitectura de la convivencia en Cataluña.
De lo mucho que se publica sobre nuestros representantes, creo que este artículo sobre Marina Albiol, escrito por Paco Mariscal y publicado en El País del pasado 26 de abril, es una buena muestra (una vez más, las negrillas y los enlaces son míos):
La joven Marina Albiol, diputada autonómica de Esquerra Unida del País Valencià, se descolgó un día por las calles de la capital de La Plana, su pueblo natal, con unas jocosas pegatinas que aludían a la imputación de Carlos Fabra en varios delitos contra la Administración pública y fraude fiscal, y desató los nervios del prócer castellonense. El político conservador anduvo por los Cerros de Úbeda, airado con el tema de los adhesivos: corrió a los juzgados, presentó una querella por considerar lastimado su honor calderoniano, y el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana acabó por archivar la querella y causa de las pegatinas contra Marina Albiol. Quizás los togados no vieron en las mismas mayor maldad o delito que el que pudiera existir en la vestimenta carcelaria de Joe, William, Jack y Averell Dalton en las inigualables historietas de Lucky Luke. Por el mismo motivo, debieron pensar los jueces, George Bush hijo hubiese tenido que querellarse contra las masas de jóvenes que en todo el mundo se pasearon por las calles contra la invasión de Irak y con la caricatura del entonces presidente norteamericano con uniforme de presidiario. El humor y la distensión jocosa no suelen andar lejos de la sangre nueva. En ocasiones, incluso, no anda lejos de la razón y el común de los sentidos.
Los pocos años y la edad florida de Marina Albiol tampoco andaban faltos de sentido común ese otro día. Los vaqueros y cherokees en el cercano oeste de los dos grandes partidos políticos valencianos habían dado su visto bueno a los PAI con campos de golf y al proyecto de Mundo Ilusión, el sueño faraónico de Fabra, según la militante de EUPV. La diputada calificaba de monstruosidad la aprobación de un complejo urbanístico con treinta y pico mil viviendas, con hoteles refinados y pistas de esquí como en Garmisch, con arrecifes caribeños y canales venecianos, con acuarios nunca vistos y bulevares parisinos, junto a un parque temático de magia y fantasía que requerirá, a lo peor, de inversiones públicas de la maltrecha economía valenciana. Una economía de no poco despilfarro público y escasa buena gestión. Una economía con una deuda pública de colmillos amenazantes. Una economía poco sostenible, si seguimos las manifestaciones hechas por la diputada. Una economía y un gasto que poco tienen que ver con las necesidades de los ciudadanos.
Y ahí están como botón de muestra los incontables problemas financieros de Terra Mítica, más al Sur. Como está la incomprensible unanimidad de cherokees socialdemócratas y vaqueros conservadores valencianos en cuestiones de cemento y PAI, afirma Marina. Y si un día vemos asediado por el macroproyecto de Oropesa-Cabanes el parque natural de La Ribera, pensaremos en cuanto dijo la joven Marina, y en que la prudencia no siempre es propia de los viejos, por la misma razón que la temeridad no siempre hay que buscarla entre los jóvenes.