(JCR)
Sigo con un gran interés todo lo relativo al referéndum que tiene lugar estos días en el sur de Sudán, lugar que mi compañero de blog –que ha vivido bastantes años tanto en el norte como en el sur de este país- conoce como la palma de su mano. Mis siete visitas a Sudán han sido breves, nunca más de dos semanas y siempre en el sur, aunque durante los 20 años que trabajé en Uganda conocí a infinidad de sudaneses que vivían allí en el exilio. El país me parece fascinante: un África profunda muy pobre y que rezuma sangre después de décadas de guerras y opresión, habitada por personas orgullosas que anhelan libertad. La última vez que estuve allí, en zonas de los estados de Ecuatoria Este, Central y Lagos, fue hace casi dos años. Volví a Uganda recorriendo a pie y sin equipaje los 15 kilómetros que separan los puestos fronterizos de ambos países, después de que unos soldados amotinados nos echaran del autobús, pero regresaría mañana mismo sin dudarlo, si pudiera.
Una institución que merece estar en el cuadro de honor de la historia de este nuevo país es la Iglesia católica, cuyos orígenes se remontan al celo evangelizador del obispo Daniel Comboni en la segunda mitad del siglo XIX. La comunidad cristiana ha sufrido largos años de persecución por parte de los islamistas del norte y ha permanecido al lado de la población más necesitada en circunstancias muy difíciles. En 1964, el gobierno de Jartum expulsó a 300 misioneros (casi todos ellos combonianos) en un intento de debilitar la fe de los sudistas negros. Muchas comunidades cristianas han seguido adelante en lugares aislados y en peligro gracias al tesón de catequistas y líderes laicos que han suplido la falta de clero. Algunos de sus obispos, como monseñor Paride Tabán, han ofrecido testimonios que rayan en lo heroico. Amenazado de muerte por los islamistas de Jartum en numerosas ocasiones, tampoco se libró de las iras de los rebeldes del SPLA cuando estos conquistaron Torit, sede de la que fue obispo hasta hace pocos años, y pasó tres meses en prisión, allá por 1989, en condiciones deplorables. Hablando sobre aquel incidente, recuerdo haberle escuchado decir: “En la Iglesia tenemos la libertad de poder amar y ayudar a los que un día nos hicieron sufrir”.
Tengo infinidad de recuerdos de mi último viaje a Sudán meridional, en marzo de 2009. Dos salesianos indios que vivían con una gran austeridad en Juba y que estaban empezando a montar un gran centro escolar para dar educación a los miles de niños y jóvenes que acababan de regresar del exilio con sus padres. La radio Bakhita, una iniciativa conjunta de los combonianos y las combonianas que ofrece información de calidad a la poblaciòn del sur y que ya ha empezado a ser blanco de las iras de los gerifaltes de turno. Juba se ha transformado en pocos años y ha pasado de ser una ciudad casi en ruinas a convertirse en una ciudad donde crecen como hongos los grandes hoteles y centros comerciales de lujo para cooperantes extranjeros, pero donde su población carece de servicios esenciales, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que muchos de los ministros del gobierno del SPLA viven en Nairobi o en Kampala y pisan sus oficinas lo menos posible. La corrupción y las grandes divisiones entre las etnias del Sur son importantes rémoras que pesan sobre el Sudán meridional y que podrían influir muy negativamente en el futuro del país.
La Iglesia es la única institución que, a pesar de sus debilidades, ofrece un alto margen de fiabilidad y tiene un historial probado de foco de reconciliación. Durante los meses precedentes al referéndum ha aprovechado sus estructuras pastorales para ayudar a que la gente se registrara y conociera lo más básico sobre cómo votar, algo muy necesario en un país con una tasa de analfabetismo del 85%. Poco antes del Adviento comenzaron una campaña de 101 días de oración por la paz.
Recuerdo haber visitado parroquias (en Isoke y en Ikotos) donde los curas me enseñaron los refugios anti-aéreos donde más de una vez tuvieron que encerrarse ante los ataques de la aviación de Jartum. Entré en una escuela secundaria recién construida con mucho esfuerzo a las afueras de Rumbek por las hermanas de Loreto, empeñadas en dar una educación de calidad a chicas en un ambiente en que sus padres las casan a los 14 años. En Mapourdit visité un hospital dirigido por un hermano comboniano quien me contaba que hasta antes del 2005 operaban en una tienda de campaña y tenían que techar los pabellones con hierba seca porque si lo hacían con planchas metálicas podían delatar su presencia a los bombarderos Antonov y exponerse a que les destruyeran a bombazo limpio.
En este frente de dar desarrollo y dignidad a los sudaneses del sur se encuentran 82 congregaciones religiosas, quienes desde 2006 se unieron en un ambicioso proyecto intercongregacional para promover la educación y los servicios de salud básicos para la población más vulnerable, invirtiendo muchos millones de euros que llegan directamente a la población. La coordinadora REDES (www.africacuestiondevida.org), formada en España en 2009, apoya esta iniciativa. Durante estos días en que los medios de comunicación españoles dedican –cosa rara- bastante espacio a hablar de Sudán, es una pena que ninguno de ellos mencione esta iniciativa que está haciendo por el desarrollo del nuevo país más que todas las ONG que operan en la zona (bastante pocas, por cierto). Ya sabemos cómo funciona la información religiosa en nuestro país, que se suele interesar más por la salida de tono de algún obispo o por el escándalo provocado por algún cura díscolo que –como es el caso aquí- por el buen hacer de cientos de religiosos y religiosas, algunos de los cuales –me consta- han llegado a Sudán meridional a una edad bastante respetable después de renunciar a una buena merecida jubilación.
Quiero terminar con un recuerdo especial a los misioneros combonianos españoles que trabajan en esta zona: los padres Isaac Martín y Jorge Naranjo, en Wau; el padre José Javier Parladé, en Yirol, y el hermano Alberto Lamana, en Juba. Uno de ellos, por cierto, pasó este año varios meses en España recuperándose de una tuberculosis que casi se lo lleva por delante y volvió a su misión tan pronto como se recuperó. Espero no haberme dejado a ningún otro en el tintero.