Hace ya un tiempo que empecé a anotar todo lo que Clareta decía mientras dormía. Nunca se lo dije, porque no quería que sintiera violentados y vulnerados su intimidad y su descanso. Pero, después de escucharla varios días conversar con su propio subconsciente, se me ocurrió, para combatir el molesto hecho de no poder dormir durante la noche, volverme su cronista silencioso, sin otro fin que la curiosidad sana y quemar el tiempo ocioso.
Hablaba de todo y de nada a la vez. A veces simplemente tomaba retazos sueltos de ideas difusas que no parecían conducir a ninguna parte. A veces, simplemente, no parecían de ella. Como si alguien las hubiera soltado ahí y su propia mente las rechazara y las expulsara.
Un día, cuando la costumbre me permitió discernir mejor, descubrí que Clareta recitaba casi a la perfección uno de mis sueños, que ese día pude recordar, para variar, con claridad.
Descubrí que Clareta, mientras yo dormía durante el día, anotaba mis sueños, y ya no supe ni he sabido distinguir, en adelante, cuáles son míos y cuáles son de ella.Texto: Enrique Trenado Pardo