Subvencionada. No muy cara. Pero nunca gratuita. El desembolso económico, por mínimo que sea, establece un vínculo de respeto entre el artista (o artesano) y el espectador. Sin dicho desembolso se pierde el respeto. Lo hemos visto en innumerables conciertos gratuitos en fundaciones, centros culturales e inauguraciones de festivales. El espectador pierde la atención, juzga sin evaluar, desprecia lo que sucede en el escenario, y desprecia al resto de espectadores. Entre todos crean una masa informe y descerebrada, apología de una incultura tan intensa que apenas podría aspirar a mediocre.
Sin ese vínculo de respeto florece la mala educación, sin él la observación no es un acto voluntario, sino una inconsciente peregrinación a donde va la mayoría. Injusto para el músico. Injusto para el público (el de verdad).
No podemos convertir el jazz en música de fondo, al igual que no podemos permitir el paso a un museo a transeúntes que se cobijan de la lluvia.
No debemos acercar la cultura a quien no muestra la más mínima inquietud. La cultura no debe ser gratuita.
