Revista Cultura y Ocio

Reflexión

Por Concha
REFLEXIÓN  
Sobre un tema que es delicado y muy sensible para millones de personas alrededor de nuestro planeta, con gran sentido de reflexión y honestidad me dispongo a contribuir estos pensamientos sobre los hechos del 11 de Septiembre, 10 años después.
¿Cuántas veces hemos revivido y recordado esos momentos en estos 10 años? regresan a nuestra memoria y a nuestras conversaciones de cuando en cuando porque nos tocó vivirlas y ser testigos en el momento en que pasaron.  Representa un acontencimiento de nuestra época; de nuestra vida durante nuestro paso por este mundo.  Yo tenía 33 años y estaba próximo a cumplir 34.  No estaba vivo durante la Primera Guerra mundial, ni la Segunda, ni durante muchos de los otros conflictos armados de ese siglo de guerras, pero estaba "parado" frente a un televisor, presenciando la transmisión en vivo de lo que en mi mente y mi entendimiento representa el acto más cruel, dantezco y bárbaro en la historia de la humanidad moderna.
No fue un acto de guerra, fue un acto de terrorismo, pero tampoco fue un acto de terrorismo común y corriente.  Para mi ha sido el acto terrorista más grande y sangriento de la historia.  Tanto es asi, que pienso que los niños de esa época no serán iguales.  El mal es una fuerza poderosa, asi como lo es el amor y el bien, y cultural y psicológicamente irradia cual radiactividad, e impacta en la fibra interna, mental y conductual de muchos individuos, aunque hayas sido expuesto tan solo a través de una pantalla de televisión.  ¿Estamos comenzando a comprender la magnitud de esta atrocidad?
Un acto tan gigantezco como este no ocurre de la noche a la mañana.  No es culpa de pocas personas.  No es ideado por mentes normales.  No deja víctimas de un solo lado.  No se olvida jamás.  No puede ser enteramente comprendido, ni políticamente ni en forma alguna.  No es posible de analizar sin cometer errores garrafales y manchar en alguna medida el perfil moral de uno mismo.  Agrupa una gama inmesurable de antisentimientos y antivalores hasta trascender como el peor de todos los ejemplos posibles.  Degrada, desmerita y denigra el estandar global de la condición humana; no solo de los perpetradores sino de la raza humana entera.
A lo largo de la historia de la humanidad, y particularmente en el Siglo XX se han cometido "millones" de atrocidades e injusticias en nombre de la avaricia desmedida, la opulencia excesiva y el poder desmesurado.  Se dice que el amor por el dinero es la raíz de todas las formas del mal.  De esto no escapa ni se excusa a ningún país o conglomerado socio-político que tenga el alcance de protagonizar infamias en el nombre de la bulimia material y del poder ególatra.  Estados Unidos no es la excepción, y las pruebas de estos fenómenos y taras en la civilización se dejan ver claramente en el panorama socio-económico actual de ese país, tras evidencias claras del poder político que Wallstreet ha tenido, principalmente en los últimos años.  Adicionalmente, después del 11 de Septiembre han habido dos guerras de dudoso fundamento y justificación.  Una es la guerra contra Saddam Hussein en su país, Irak.  La otra, Afganistán.  Ambas han extinguido la vida de miles de seres humanos de múltiples nacionalidades; más de lo que la historia aún se atreve a registrar con honestidad; y han derrochado miles de millones de dólares; recursos que han enriquecido a unos cuantos, y han empobrecido y robado de oportunidades y de valores como salud, vivienda y educación a centenares de miles. 
En la vida diaria cada uno de nosotros ha pagado su cuota diaria de terror, principalmente impuesta por las mismas autoridades encargadas de garantizar nuestra seguridad; situación que promete que nuestras vidas jamás volveran a ser como eran antes de esta fatídica fecha. 
Reflexivamente entonces ¿dónde se encuentra la ganancia detrás de todo este inmenso e inevitable espectro de mal? El único posible valor se puede encontrar tras la reflexión y el discernimiento, y éste consistiría en la noción ilustrada entre el bien y el mal.  La vida nos habla; aveces nos grita; y de un lado de la balanza aparece la injusticia, la pobreza y la miseria, los viruses y las enfermedades, las catástrofes naturales y climáticas, el espectro generalizado y globalizado de la corrupción, las guerras, la violencia doméstica y similares pestes sociales, el crimen, la inflación horrorizante, los nuevos regímenes totalitarios, las guerrillas,  los aterradores testimonios que nos hablan de la avaricia infinita que representan ciertos conglomerados comerciales que monopolizan todo lo que comemos, y que adulteran química y genéticamente nuestros alimentos para poder producir más; el inalcanzable costo de los medicamentos y del cuido médico; el alto costo de la educación; el calentamiento global.  En el otro lado de la balanza se encuentra la oración, la fe, la esperanza, la formación moral que debe impartirse desde el hogar, en las escuelas y en las iglesias a cada niño y niña; la caridad, la solidaridad, los principios morales, las reglas de la sociedad y la institucionalidad gubernamental que hemos heredado de nuestros ancestros.  Están los dones del Espíritu Santo, que Dios dejó en el mundo tras la partida de Nuestro Señor Jesus.
Este es el año 2011.  La vida es diferente que en 2001.  Hay más pobreza, carencia de valores de toda índole, y desesperación en el mundo.  Es imposible no vernos afectados por la radiación que emana de un lado de la balanza de las cosas.  Me preocupan mis hijos.  Traza una línea sobre la tendencia de cómo van las cosas y podrás calcular que a ellos les toca una vida muy difícil y deshumanizada; los mismos cambios que han habido en estos diez años.  Contra esto, no renunciemos al discernimiento y a la clara separación que debe haber entre el bien y el mal, y que nos enseñaron desde que eramos bebés.  No dejemos de orientar nuestras vidas hacia los valores que se encuentra en el otro lado de la balanza.  No dejemos de defender y de avocarnos hacia las reglas que gobiernan nuestra vida en sociedad, partiendo desde la Constitución Política.  Extingamos y alejemos nuestras mentes de la corrupción en todas sus formas, y de todas sus seducciones y espejismos.  Y lo más importante de todo: dispensemos todos los días grandes dosis de amor, empezando con nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y siguiendo con la familia, la sociedad y los más carentes y necesitados.  Recuerden el 11 de Septiembre de 2001, y piensen que ante el odio y el mal en todas sus formas, el antídoto más importante es el amor, y la protección más eficaz: la fe, y los valores morales y religiosos.

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