Le comparto, amable lector, una reflexión que nace de una experiencia que tuve recientemente; creo que filosofar sobre la vida diaria es una buena forma de repensar nuestros actos y, sobretodo, de madurar como seres humanos. Espero les guste.
Uno de los principales mantras de la productividad es el de planear tus actividades con la finalidad, se dice, de no desviarse de lo importante y de ser, evidentemente, productivos.
Muchos tienen el don de llevar lo de agendar a un plano de la excelencia en dónde nada se les escapa y logran equilibrar incluso el ocio y trabajo de una manera admirable. Otros no tenemos esas habilidades. Pero el artículo no versa sobre eso... o no en el sentido estricto.
Resulta que he tenido a bien reunirme, casi cada mes, con mis antiguos compañeros de educación básica. Si bien no asiste la mayoría sí solemos ir entre ocho y doce viejos compañeros de clase a recordar, reír y actualizar nuestro día a día retomando amistades de esas que literalmente fueron para toda la vida y que Facebook se encargó de reencontrar.
Pero la más reciente de nuestras citas fue peculiar. Estuvimos solamente una amiga y yo en el punto y hora acordados. Esperamos pacientemente pero nadie se presentó; con ello parecía que el plan original saldría mal -aunque no existía uno como tal más que el platicar con música de fondo y bebidas que acompañaran la velada- pero lejos de eso la reunión dio un giro inesperado.
Decidimos al hacerse evidente que únicamente estaríamos ella y yo comer y platicar un poco aunque luego de un rato ella -debo admitirlo- organizó algo mejor: salir del lugar con destino a un andador cultural para caminar y platicar.
No cabe duda que las mujeres suelen tener buenas ideas.
Las cosas no pudieron salir mejor. Una cita que inició a las ocho y media de la noche ( y que suelen durar hasta las once) se alargó hasta cerca de las dos de la mañana. Caminamos, vimos objetos de arte popular ( pulseras, objetos de piedras raras, cráneos de piedra, etc.) y platicamos de cosas tan diversas como desde tecnología hasta homosexuales, películas y música, literatura y religión... una larga charla que entre amena y divertida fue, como se dice coloquialmente, de lo más genial.
La reflexión de hoy va direccionada con la manía de querer siempre organizar hasta el más mínimo detalle en situaciones o eventos especiales ( dejemos la productividad/planeación en otro plano) como citas, cumpleaños, salidas casuales... a veces, sino es que casi siempre la improvisación es de lo mejor.
Es verdad que la organización es necesaria, un mundo sin ella sería un caos pero la vida es tan efímera que el plan que tengamos mañana puede cancelarse porque la muerte prefiera llamarnos.
Creo que el equilibro sería lo ideal aunque si inclinamos un poco la balanza no estaría mal... un poco de planes pero mucho más de improvisaciones.
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