Escrito originalmente por un anónimo.
Pablito era un niño de 8 años que asistía a una escuela muy humilde de su barrio. Desde que ingresó a su primer año escolar, mostró una conducta muy extraña. En clase siempre se le notaba disperso, no seguía el mismo ritmo de crecimiento intelectual que sus compañeros y sus notas eran un desastre.
Su maestra no sabía qué hacer con él y llamó a su madre para tratar de entender lo que ocurría, pero fue muy poco lo que esta pudo aportar, ya que su desinterés por el niño era evidente.
Fue pasando el tiempo, sin ver una reacción. Por el contrario Pablito empezó a tener problemas con sus compañeros; se ponía muy agresivo y sin ningún motivo, tenía reacciones muy violentas.
En clase estaba inquieto, decía frases incoherentes, molestaba a la maestra y al grupo, hasta que después de varios avisos sin ningún resultado positivo, para que dejara de molestar la maestra le sacaba de clase y lo dejaba castigado en el pasillo.
Esta situación empezó a repetirse casi diariamente. La directora del colegio, una mujer apasionada por la docencia, llevaba en su corazón el deseo de que cada niño saliera de su colegio, preparado y lleno del conocimiento que iba a necesitar en el futuro.
La primera vez que vio a Pablito expulsado de la clase, no le dio mucha importancia, ya que cuando lo niños no se portan bien o hacen alborotos, es normal que cualquier docente, les saque fuera del salón para disciplinarlos. Pero como esta situación se repetía casi cada día, la directora llamo a la maestra del niño y le pidió que le explicara lo que sucedía. Después de hablar bastante rato, no podían entender el por qué del comportamiento del niño, se comprometieron a poner más atención, para tratar de descubrir el trasfondo de la situación, pero no sirvió de nada.
En el colegio había varios alumnos con conductas similares, pero de alguna manera los docentes tenían la posibilidad de entender cuál era la causa y así mejorar su rendimiento académico y su comportamiento.
Un día la directora iba caminado por el pasillo y se encontró de nuevo a Pablito fuera de clase, pero en esa ocasión en lugar de regañarle o llamarle la atención, abrumada por la situación, le pidió a Dios que la ayudara y él puso en su mente la siguiente pregunta:
─Hola Pablito, has comido algo hoy.
─No Seño, muy pocas veces hay comida en mi casa.
La directora llevó al niño a comer y se enteró que la mayoría de los días Pablito no tenía nada que comer. Más tarde, con algunos de sus colaboradores, fue a la casa del niño para analizar la situación. Lo que vieron fue espantoso, la vivienda era sumamente precaria, la madre era una mujer de 25 años, pero el padre tenía alrededor de 70 años. Además había tres niños más, totalmente desnutridos, sucios, con ropas andrajosas.
Este patético cuadro hizo ver a los directivos del colegio de donde venía la mala conducta de Pablito y se propusieron ayudar a esta familia, en aquellas cosas más elementales: comida, ropa y trabajo.
No pasó mucho tiempo para que comenzaran a ver los resultados; Pablito dejo de ser ese niño agresivo e intolerante, se integró al grupo y además empezó a recibir felicitaciones por sus trabajos y sus notas, que mejoraron sustancialmente.