En mi último post hable un poco acerca de mi experiencia con las instituciones públicas en Venezuela. Hoy me gustaría reflexionar acerca de lo que aprendí de estas vivencias.
Siempre he sentido pasión por el arte, es lo único que, como oficio y como modo de vivir la vida, me ha atrapado. La mayoría del tiempo he tenido un sentimiento de no-pertenecer, que nació por si solo y me ha acompañado a los lugares de los que he sido parte; el arte por el contrario, siempre hace que me sienta como en casa. Un espacio hecho para mí. No solo hacerlo, sino también observarlo y sentirlo.
Cuando me inicio en la Escuela penséque había encontrado un espacio para mí, donde hacía, veía y sentía arte. La Escuela, sin lugar a dudas, me enseñó muchísimo; no solo lo bueno, sino también lo malo; fue un espacio que me acogió, me retó, me inspiró y luego, como cualquier escuela, se terminó, abriendo otros caminos.
Cuando recuerdo este periodo, muchas veces inicio con alegría, para luego sentir rechazo y por último tristeza. Uno no puede evitar sentirse así cuando se piensa en las muchas cosas que hoy en mi país ya no funcionan.
La valorización de la política (no hablo de la política como postura ante la vida, hablo de la política puramente partidista) por encima de cualquier cosa; que en una Escuela de arte importe más la política que la cultura, más que la expresión, más que la reflexión, más que el libre pensamiento, nos hace más evidente el gran rebaño de ovejas, de ganado y de cerdos en el que habitamos. Que toda una lista de motivos válidos, puedan ser derrumbados con un “porque está en contra del partido”.
En Venezuela todo tiene que estar subordinado al partido.
A pesar de que no me agrade la política, es inevitable qué, bajo este tipo de situaciones, la política te marque. La enfermedad del fanatismo nos persigue y hay que pelear para no caer en ella (sea roja, azul, amarilla o blanca), en el momento en que esta se padece todo lo que no sea parte de ese fanatismo, se ve oscuro y el enfermo se percibe a sí mismo como amo y señor de una “verdad”, la única posible, la única que existe.
La respuesta ante el daño no es el odio. Si uno considera que el régimen está mal, entonces uno, al estar en contra, debe hacer lo que está bien: ser un buen ciudadano, apoyarnos entre nosotros (que bastante lo necesitamos), promover la educación (“Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”. Simón Bolívar.) y muy importante, promover la cultura y el arte.
Una de las cosas que me dejó esta experiencia, es que ratifiqué con ella el impacto que puede tener el arte en el ser humano. A mí, me ayudo a expresar todo lo que sentía y con el tiempo, a sanar. Me di cuenta de cómo ese tipo de ambientes tensos y los momentos difíciles pueden o aplacar el arte y la creatividad, o llevar el arte y la creatividad a un nivel más alto, es algo que viene de nuestra parte.
Sé que como yo, hay muchas personas quienes el arte les caldea el alma. En tiempos tan difíciles como estos, en los que se es insensible, sea debido a que entre tanto absurdo, ya nada sorprende, o sea debido a que es nuestro mecanismo de defensa para que no nos duela tanto el exterior, se requiere de belleza para albergarla adentro, para que nos sirva de soporte.
La situación de la Escuela me dolió y me decepcionó profundamente, pero sin duda alguna, lo haría de nuevo, porque todos tenemos derecho a hablar, a proponer, a expresamos y a trabajar por lo que creemos bueno y justo.