Ideas esquivas que te visitan de noche o cuando estás en el baño, sin pararse a pensar si es un buen momento para ti. Ideas que, cuando más las necesitas, se esconden en los oscuros recovecos de tu mente y no se dignan a aparecer. Pensamientos duros con los escritos propios, autocrítica y autoflagelación sin premiar el esfuerzo ni la dedicación demostrados. No hay peor valoración que la que uno mismo hace sobre su obra, viendo tópicos y clichés por doquier, leyendo una prosa mediocre y constatando una abrumadora falta de vocabulario.
Enemigos para toda la vida. El folio en blanco, burlón y confiado en tu falta de voluntad, esperando siempre a que te rindas y des media vuelta. La pereza, fiel compañera que, como el amigo aguafiestas, lo único que busca es volver a casa y echarse a dormir. Depresiones y bajones emocionales, la excusa perfecta para dejarse llevar y dejar la escritura para un mañana que nunca llegará.
Amigos que vienen y van, menos constantes que los enemigos, pero infinitamente superiores. Comentarios de aliento que te animan a mejorar y que te hacen pensar que igual no eres tan lamentable como pensabas. Ese contador de visitas que actualizas cada cinco minutos y en el que cada nuevo visitante te ilusiona y te hace querer seguir escribiendo. La sensación de haber cumplido con tu deber cuando te vas a dormir habiendo escrito la tarea diaria, la paz que te embarga al cerrar los ojos convencido de que eres mejor que hace dos meses.
La escritura es cruel y no duda en pisotear tus sueños y escupir sobre sus restos, pero, si perseveras, te tiende la mano y te ayuda a levantarte, a quitarte el polvo y a volver a enfrentarte a ti mismo. Es, como todas las pasiones, capaz de sacar lo mejor y lo peor de uno. A mí me ayuda a conocerme y, página tras página, voy descubriendo cosas que no sabía que tenía dentro. Hoy es una noche en la que los enemigos del escritor son más fuertes de lo habitual, escribir esta reflexión es mi contraataque, mi intento por desterrar cualquier pensamiento negativo y todas las tentativas de rendición. Escribir esto es darme una palmada en la espalda y ayudarme a recuperar el equilibrio. Escribir, a fin de cuentas, es seguir viviendo.