Hoy he estado pensando en el momento en que decidí comenzar este blog. Me encontraba viviendo en Londres desde hacía dos años, me importaban las mismas cosas que lo hacen ahora pero tenía las cosas más claras y me apetecía crear un espacio reposado dentro de mi frenético mundo. Creo que lo que buscaba en ese momento era la excusa para poder sentarme ante el ordenador y reflexionar sobre los lugares que visitaba, sobre su historia, sobre mis fotografías, mis escritos… Una especie de ejercicio personal que al ver la luz social me obligaba a cuidar ciertos aspectos o ser más constante (la constancia ha ido variando a lo largo de los años).
Ocho años después he ido espaciando cada vez más mis entradas pero me resisto a desprenderme de este trocito de mi vida que tantas alegrías, momentos de paz y aprendizaje me ha dado. Mi realidad ha cambiado tanto que por momentos no he sabido que relación debía mantener con este blog y ahora después de más de cincuenta días de confinamiento estoy llegando a conclusiones.
Mi relación con el viaje ha cambiado totalmente, en los últimos años mis viajes han reducido la distancia considerablemente y esto ha sido una decisión personal. Viajar para mí siempre ha sido una fuente de aprendizaje más y un acto de rebeldía que me ha reportado experiencias enriquecedoras y una red de anécdotas, historias, amigos y reflexiones infinitas. Cuando miro atrás me doy cuenta de que mi manera de viajar siempre ha sido la misma: me gusta leer y conocer la historia de los sitios donde voy, participar en proyectos en los que pueda conocer a gente del lugar, buscar alternativas de acuerdo a mis principios medioambientales e ideológicos que pueden ir desde un sitio para comer a un alojamiento diferente, visitar pequeñas poblaciones… Esto suele implicar escapar de los lugares más turísticos (aunque he estado en demasiados), de los viajes rápidos del check, selfie y corriendo al siguiente y, en los último años, también ha implicado no querer recorrer tanta distancia (por muchas razones en las que no me apetece entrar).
Además, esta parte no me gusta tanto, en los dos últimos años he dejado un poco abandonada mi querida cámara de fotos y esto se debe principalmente a mi decisión de estudiar una oposición. Esta decisión, que a ratos me parece una locura, ha hecho que durante algún tiempo me centre en este objetivo y me cueste horrores desconectar y mirar hacia esos pequeños placeres que siempre he tenido cerca y que curiosamente he reencontrado en esta cuarentena.
Después de esta disertación por mis cambios llego al momento actual, a esta situación perturbadora y triste en la que todos estamos inmersos. A día de hoy mi zona sigue estando en la fase 0 por lo que nuestros movimientos aún están muy limitados y parece que así va a continuar unas semanas más y hoy dentro del tiempo que me he marcado para “cosas que me gustan”, me he puesto a pensar en mi blog. Puede que durante un tiempo haya olvidado el espíritu con el que empecé este blog que no era más que un espacio para reflexionar y para detener el ritmo del mundo en el que me pierdo muy a menudo. Ahora que el mundo ha parado me lo ha traído de vuelta y he visto claro que aunque mi vida dé mil vueltas siempre necesitaré un espacio en el que refugiarme para pensar, escribir, fotografiar… Este no es un blog de viajes (aunque ahora que lo pienso nunca lo ha sido en realidad), es un espacio para pensar en quietud y compartir lo que me apetezca.
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