Revista Diario
Érase una vez un bebé de cinco días que, sin esperarlo, acaba ingresado en neonatología con una hidrocefalia fruto de una hemorragia cerebral intraventricular. Érase una vez una madre, recién parida, confusa, temerosa y aturdida a la que se le vino el mundo abajo. Así comenzó mi hijo su vida, lleno de cables, lleno de dudas. Y así vivía yo aquellos primeros días de maternidad. No fue el mejor de los comienzos, pero ya se sabe que la vida no es perfecta. A veces hay que lidiar con contratiempos para los que rara vez estamos preparados.
Parece mentira lo nítidos que son mis recuerdos de aquellos días, a pesar de lo grave de la situación, de encontrarme con las hormonas descontroladas fruto de mi postparto, recuerdo muy bien los días que allí pasamos. Y por supuesto no he olvidado a muchas de las personas que se toparon en mi camino, entre ellas el que entonces (no sé si sigue siéndolo) era el Jefe de Urgencias del Hospital La Paz. Debo mucho a este hospital y a sus profesionales. Pero la empatía es una asignatura pendiente de algunos de ellos, entre los que se encuentra este doctor. Mi hijo llevaba dos días ingresado en Neonatos y yo no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Estaban aún valorando todo, haciéndole pruebas, todavía nadie me había podido dar una explicación y por supuesto nadie se aventuraba a darme un pronóstico. Pero este médico lo hizo, sin mirar su historia, sin hablar con los neurólogos o neurocirujanos, simplemente se plantó delante de mi y me dijo lo siguiente: "habrá que ponerle una válvula en la cabeza, tranquila eso lo hacemos todos los días; y luego, bueno no será un lumbreras pero seguro que podrá llevar una vida más o menos normal". Y se quedó tan tranquilo. Quizá soy muy exagerada, pero yo creo que decir esto a una madre cuyo bebé está ingresado sin tener aún un pronóstico claro por parte de los especialistas, es cuanto menos desconsiderado.
Los años han pasado, mi pequeño Rayo ha ido superando obstáculos, muchos. Hemos pasado por quirófano unas cuantas veces, nos hemos levantado todas las veces que hemos caído y nos hemos ido haciendo más y más fuertes. Las revisiones de los primeros años fueron excelentes, pero nadie nos aseguraba nada. Con 3 años el Neurólogo nos daba el alta, el niño tenía un desarrollo cognitivo y psicomotor absolutamente normal y acorde a su edad.
Con el Neurocirujano vamos de la mano, él no podrá darnos el alta pues siempre pueden surgir complicaciones, como de hecho ha pasado en estos años. Pero casi se ha convertido en un amigo al que visitar de vez en cuando.
Nunca nos pusieron limitaciones, nunca hubo recomendaciones, sólo respetar sus ritmos y vigilar. Solos aprendimos a conocer sus límites, a saber lo necesario que es el descanso, las horas de sueño, los horarios poco flexibles. Pero conseguimos que todo cuadrase dentro de la normalidad de cualquier niño de su edad.
Comenzó el colegio y ahí vinieron los miedos, aunque ya en esa época teníamos claro que era un niño motivado por aprender, curioso, inquieto. Sus primeros años escolares fueron increíbles. Con 4 años aprendió a leer, y puedo decir que lo hizo él sólo. Se negó a que le siguiéramos leyendo cuentos y comenzó a leerlos/verlos solito. Un día nos sorprendió a su padre y a mi leyendo una frase del tirón. Y desde ahí no ha parado de leer. A día de hoy los cuentos son pecata minuta, él ya lee libros y, por supuesto, comics. Lo mismo sucedió con las matemáticas, no es que aprendiera a sumar o restar rápido.... es que buscaba reglas que pudieran ayudarle y así, buscando y curioseando aprendió a multiplicar solo porque comprendió el mecanismo que le llevaba al resultado. El cálculo mental es un divertimento para él, sus juegos son continuos en este sentido.
Ayer salió de clase con una gran sonrisa en la cara, su profesora le había dicho que tendrá Matrícula de Honor en matemáticas. Se sentía orgulloso de sí mismo, feliz, satisfecho. El resto de notas serán impecables, como en los trimestres anteriores.
Desde muy pequeño me empeñé en darle una formación musical. Había leído muchos estudios que recomendaban la música en aquellas personas con lesiones cerebrales, discapacidades, etc. En los primeros años no sabíamos qué iba a suceder, si sus capacidades intelectuales se verían mermadas o si en algún momento sucedería algo imprevisto que le afectara. Quise darle un comodín con el que su cerebro pudiera funcionar mejor en caso de necesitarlo. Comenzó con 2 años a hacer iniciación musical. Con 3 años comenzó con el instrumento, un pífano pasando después a la flauta travesera. Elegimos el Método Suzuki y acertamos. Ayer su profesora de flauta le dijo que le entregarían un diploma por haber acabado el Libro 1 del Método. Es el primer alumno del grupo que lo consigue. Su repertorio musical es amplio, maravilloso. Su motivación y sus ganas de tocar son envidiables.
Hoy cuento todo esto no porque quiera presumir de hijo, no es mi estilo. Pero es un buen momento para dedicar este texto a ese médico, ese Jefe de Urgencias del Hospital La Paz que un día me dijo que mi hijo no sería un lumbreras. Sabemos los riesgos que corremos, sabemos que no tenemos ninguna garantía y no sabemos cómo su cerebro se comportará en los próximos años. Es un riesgo real y no podemos hacer nada. Pero a día de hoy mi hijo es un niño inteligente a rabiar, que disfruta aprendiendo cada día.
La empatía y la prudencia son dos virtudes que no todos los profesionales sanitarios poseen. Pero son muy necesarias, especialmente cuando de niños se trata. Si dudas calla, si no sabes sé prudente, si tienes a una madre destrozada delante empatiza.
Dentro de poco seguro leerás ya mi blog, hijo mío, y por eso quiero dejar reflejado en este post lo orgullosa que me siento de tus logros. No porque tengas buenas notas o porque me quede embelesada escuchando como tocas a Bach o Bethoveen. Me siento orgullosa del niño que eres y del hombre en el que sé te convertirás. Seguiremos superando los obstáculos que lleguen, juntos, como hasta ahora, como siempre. Te quiero mi pequeño Rayo.