Revista Opinión
Nací orgullosa, cristalina y transparente, con una rendija en mi parte superior. Me utilizan para votar en países que se llaman democráticos, pero también a veces me secuestran, me rompen o me trasladan a escondidas en cajas de cartón o en bolsas de basura. Algunas veces soy la "urna oficial" otras la "urna ilegal". Mi nombre siempre ha sido urna, el apellido me lo ponen según les convenga.
Aprecio acoger en mi interior benditas ilusiones, que a veces se convierten en vanas cenizas. Es lo peor que le puede pasar a una urna de votaciones, convertirse en una urna funeraria.
Mi misión en la vida es recibir papeletas, donde se expresa una opinión o una decisión... pero a veces, de contrabando, me introducen mensajes ridículos, obscenos, cínicos o graciosos. En el peor de los casos, recibo en mi interior rodajas de embutido.
Antes me fabricaban –con mimo y cariño– manos amables que reconocían y apreciaban mi labor. Ayer era de cristal, frágil como la democracia a la que servía, por eso reforzaban mis aristas con acero o las embellecían con madera. Hoy me hacen de plástico irrompible o cartón reciclado, unas manos encallecidas por un salario indigno... que trabajan en países muy poco democráticos.
Seamos legales o ilegales, somos sobre todo urnas "low cost". De bajo coste y escasa calidad... como muchas de las democracias que nos utilizan.