Mientras viajaba, pero sobre todo mientras estaba en Nueva Zelanda, vi parejas convertirse en cenizas y otras unirse como almas gemelas. Lo único cierto que puedo afirmar después de haber sido testigo de amores para siempre y de corazones destruidos es que los viajes son intensos y más si se hacen de a dos. Como no puedo hablar de lo que no sé, NO voy a escribir acerca de "Viajes en Pareja". Voy a contar cómo fue y es viajar en compañía de MI pareja, Pila. Porque en este post no voy a entrar en generalizaciones. No quiero hablar de " verdades absolutas ", sino de mis experiencias personales.
En los tres años que llevo viajando con Pila NUNCA estuve sola. Siempre nos acompañamos y jamás tomamos destinos diferentes. Haber convivido en , sumado al hecho de haber empezado a viajar juntos y nunca separarnos, no fue poca cosa y tuvo un impacto muy grande en nuestra relación.
Viajar juntos implicó hacer todo en conjunto, significó compartir todo. Trabajar juntos, vacacionar juntos, tener el mismo tiempo libre juntos, los mismos amigos, los mismos intereses, los mismos planes. No quedaba nada que nos identificara o que nos definiera como individuos diferentes.
Hubo un tiempo en el que no sabría decir con certeza en donde terminaba mi cuerpo y empezaba el de él. Nuestras mentes estaban sincronizadas al extremo y muchas veces sentía que éramos parte de la misma persona, de un mismo ente, como si nada nos dividiera. Parte de la misma estructura que nos definía como un bloque. Ya no éramos Pila y Laura, Laura y Pila.
También las personas que nos rodeaban lo percibían. Ellos no concebían un Pila solo o una Laura sola. Si uno de los dos faltaba al trabajo, el que iba tenía que preparar un discurso para saciar la sed de información de nuestros compañeros, que no comprendían cómo podíamos haber ido a trabajar sin la otra parte. Como si fuéramos un mismo cuerpo al que uno le desenrosca la cabeza y sale a la calle a trabajar sin dificultades.
Y lo peor de ir a trabajar sin el otro, no eran las preguntas sin respiro que tenía que responder, sino era el sentimiento de vacío que experimentaba mientras me sentaba a comer el sanguche en la sala del smoko (recreo). Ese sentimiento de falta, como cuando pensamos que algo simplemente está mal, sin necesariamente estarlo. Esa sensación de que alguien movió el placar de lugar y el cuarto dejó de ser el que era y el mundo cambió para siempre. Pero el cuarto sigue estando en el mismo lugar. El placar sigue siendo un placar y sigue sirviendo para guardar ropa, aun así...
Ya no sabíamos lo que éramos. Hasta llegamos a enfermarnos juntos. Y no hablo de un resfriado que se puede contagiar. Sino de accidentes o infecciones. Como ese día que nos pinchamos la mano derecha con un clavo trabajando en una fábrica de flores. Pila en su maquina y yo en la mía. Dos clavos distintos, pinchazo en la misma parte del cuerpo de cada uno: dedo índice derecho de Pila, dedo índice derecho de Laura. Se nos inflamó y tuvimos que ir a ver a un médico. Y después tuvimos que soportar el dolor de la vacuna para el tétanos que resultó ser peor que la enfermedad. Estaba conectada con Pila a un nivel que nunca estuve en mi vida con nadie, salvo en el vientre de mi madre.
Con el tiempo, empezó a sentirse mal esa sensación. Dejó de ser algo positivo. Como dos entes diferentes, necesitábamos espacio, una división física y psíquica. Algo que nos ayudara a volver a ser dos personas, a ser seres distintos pero estando juntos. Habíamos llegado al punto de inflexión en donde teníamos que hacer las cosas de otra manera, teníamos que cambiar.
Lo que nos ayudó a superar esta fase fue la distancia. El distanciamiento no sólo de espacio sino de intereses. Tener un lugar, un pasatiempo, algo que nos separe y defina. Esa es Laura, ese es Pila. Y no ese bloque amorfo compuesto de tripas y ojos. Si una pareja logra pasar esta etapa y sobrevive, no creo que haya muchas otras cosas que puedan destruirla.
Hoy en día, mientras escribo esto, estamos los dos en Argentina. Uno en y el otro en . Lejos está la etapa en la que éramos parte de la misma cosa, esa cosa amorfa y rara que se estaba transformando en un monstruo. Me gustó pasar por esa experiencia, por esa sensación, pero ya no lo necesito. Fue una etapa para crecer. Y lo hicimos.
Por eso les digo gente, viajar en pareja no es para tomárselo a la ligera. No sé si a alguno de ustedes les sucedió algo parecido. Pero me gustaría que me escriban algo, no quiero sentirme, además de un ente amorfo, una loca.
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Seguí leyendo reflexiones de viajes, la anterior publicación la hizo Pila y se llama: Newton y las 3 Leyes del Movimiento Viajero
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