Durante el día, todo transcurre de manera más o menos normal. Voy a sitios, hago cosas, veo a gente… Los minutos y las horas pasan más rápido y mi mente no se para a pensar porque mi cuerpo está en constante movimiento.
Sin embargo, cuando llega la noche y me meto en la cama, me cubro con la manta y dejo mi cuerpo quieto, mi mente empieza a funcionar… Ideas, recuerdos, sueños… pero también problemas y dudas me acechan.
Me siento totalmente sola porque aquí estoy exactamente así. Sola, como de pie desnuda frente a un espejo que me enseña de manera obscenamente brutal todos esos defectos que durante el día son más fáciles de ocultar o disimular. Aquí es donde te das cuenta de cómo eres, y mientras mi cuerpo parece descansar sobre el colchón, mi mente no da tregua sobre la almohada.
En la cama, sola, es donde te das cuenta de a quién tienes realmente, quién se preocupa por ti y quién hace como si lo hiciera.
A veces también me paro a pensar qué será lo que algunas personas que me rodean piensan realmente sobre mí. Si los ánimos que me dan son reales, si de verdad piensan que la vida está siendo, quizás, un pelín injusta conmigo o si solo se escudan en eso para ocultar lo que hasta yo pienso muchas veces…
Que la suerte está mal repartida es algo que el tiempo se ha encargado de aclararme… Sin embargo también soy de las que piensan que no toda la suerte se decanta siempre hacia el mismo lado de manera totalmente casual.
La suerte se busca… y yo ya he perdido hasta el interés por encontrarla.
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