Luego de leer el texto Chile 2030, hay varias conclusiones previas –como primera apreciación- que se pueden establecer en términos generales.
El primer y más importante desafío político y ciudadano es democrático institucional. Sin eso, el resto es discusión fútil, porque todo está relacionado con el tema democrático, en cuanto a la necesidad de que existan contrapesos al poder político y corporativo, tan claramente asociados. En eso concuerdo con Lagos, aunque él también fue parte de esa asociación en su momento.
Se necesita distribuir el poder político, no concentrarlo en los partidos, el gobierno de turno y sus caudillos impuestos a dedo y sus amigos corporativos. Se debe descentralizar el poder. La toma de decisiones políticas y económicas debe competer a los ciudadanos, en sus comunas, sus ciudades y regiones.
Por eso, un factor determinante es el fortalecimiento de las instituciones democráticas a todo nivel, y eso no es sólo rol de los partidos políticos sino de los ciudadanos. Ya vemos lo que ocurre en La Florida donde la democracia ha sido derrotada por todos los flancos.
Porque algo que no menciona Ricardo Lagos en su escrito, es que las propias élites políticas -aquellos que toman decisiones desde los partidos y el poder político- son un factor de la desigualdad, política y económica. Aunque se digan igualitaristas en sus discursos.
Porque la dura realidad es que: mientras aquellos que toman decisiones de orden político, a nivel central y local, sigan estableciendo privilegios de todo tipo para sí mismos y sus amigos, es difícil avanzar en cualquiera de los temas propuestos, o evitar la imposición política de intereses particulares gracias al lobby político-corporativo, por sobre derechos de otros ciudadanos comunes sin poder real.
Por lo mismo, mientras no se constituya un sistema electoral altamente competitivo que incluya: contrapesos al poder; la elección de gobernadores e intendentes; la posibilidad de remover malos gobernantes; que impida cupos garantizados para coaliciones y arreglos entre élites como trueques descarados; no tiene ningún sentido establecer un voto obligatorio amparado en inscripción automática.
Ese voto obligatorio, sin evitar los males anteriores, convertirá a los ciudadanos comunes, en prisioneros de las élites político-corporativas reinantes, y fortalecerá aún más la partidocracia imperante, que seguirá compitiendo con los intereses ciudadanos.
Debemos ser lo suficientemente honestos para distinguir una democracia efectiva de una pseudo democracia. Chile tiene los elementos para desarrollar lo primero, recursos de acción, crecientes valores de autoexpresión y una base mínima de instituciones democráticas. Falta la voluntad política de las élites y de los ciudadanos.
Porque el deber del ciudadano es proteger la democracia desde sus diversas instituciones e instrumentos, no proteger a las élites políticas. Si las élites representantes son mediocres o se alejan de sus representados, el deber y derecho del ciudadano es no votar por éstas, y propiciar nuevos liderazgos más allá de los partidos incluso. El voto es un instrumento democrático no un deber democrático.
Para todo ese proceso, se necesitan nuevos espacios y liderazgos más allá de élites tradicionales, y ciudadanos más autónomos, independientes, con valores de auto expresión (léase Christian Welzel y Ronald Inglehar), dispuestos a exigirle al poder, y no simples feligreses de partidos, líderes y caudillos políticos.
La tarea es compleja en ese sentido.
Es claro que en el texto falta el Cómo...
Para responderlo, lo primero que se debe hacer es propiciar y fortalecer más instituciones democráticas y a la vez ampliar el debate más allá de partidos políticos y los caudillos de turno...Son los ciudadanos los llamados a responder al cómo, mediante el diálogo democrático constante y abierto, que es la base de la política.