A veces me gusta dejarme llevar por los fundamentalistas democráticos y pensar que la libertad política es el revulsivo que necesita nuestra sociedad. Sin ánimo de desacreditar sus planteamientos, al contrario, liberarlos de su aureola idealista, me interno en las reflexiones de aquellos que anduvieron por el camino del más allá, y que posiblemente andarán futuros pensadores porque nosotros hemos estado demasiado ocupados como para considerarlos.
Sin entrar en detalles, hay un hecho fundamental que me temo escapa a los politólogos, aunque no a los filósofos, y es la relación entre el ser y su creación. ¿ Puede un ser incapaz de comprender y por tanto realizar su libertad, crear algo que le permita acceder a ella?. No es solo una determinación externa lo que causa el lamentable estado del hombre, es su propia identidad el foco de su postración. En ese sentido, pocos pensadores ahondaron en este mal como Nietzsche, y como suele suceder en estos casos, maldito por aquellos que se sintieron aludidos.
Cuando Nietzsche articula su pensamiento del Eterno Retorno, no persigue la negación de ningún saber científico, sino ofrecer una visión más amplia. El carácter instrumental del saber se ha impuesto inexorablemente en un mundo donde los fines están prefijados y giran en torno a la acumulación de riqueza. Sin la necesidad de cuestionar los fines, la ciencia se postula así como la heredera de todo el conocimiento humano y como proveedor principal de los medios necesarios. Sin embargo, cuando surge de la necesidad de cuestionar dichos fines, la ciencia, que es incapaz de hablar de sí misma con sus propios medios, queda desacreditada. Es necesaria entonces una visión del ser en su totalidad, tenemos que internarnos en el campo de la Filosofía.
Con el pensamiento del Eterno Retorno de lo mismo, N. establece la doctrina de una nueva religión, la cual se sirve de ideas validadas y no de supersticiones: -“El pensamiento del Eterno Retorno deberá ser la religión de las almas libres, alegres y sublimes ¡una pradera deliciosa entre el hielo dorado y el cielo puro!”-. Los infieles, los adoradores de las viejas ideologías basadas en el culto a la riqueza, están condenados a ser fugaces, a buscar la felicidad inmediata y fundar su bienestar en ella y por esto, no fundan ni dejan nada imperecedero.
N. opone así su doctrina: -“vivir de manera tal que tengas que desear vivir nuevamente, esa es la tarea, ¡de todos modos lo harás!”-. Por tanto, si nos entregamos a la molicie y a la cobardía, si tenemos una existencia penosa, esto es lo que retornará eternamente.
La filosofía de N. es el final de la metafísica, es una vuelta al mundo donde el ser humano era joven y aún conservaba todo su potencial. Es una vuelta al mundo “preplatónico”, al “ser” de Parménides y al “devenir” de Heráclito. El devenir se manifiesta en cuanto crear y el ser es lo fijado que ha de superarse, siendo el creador transportado más allá de sí y transfigurado. En este sentido, Heidegger define el crear como “estar en el instante mismo de la decisión, cuando lo anterior se eleva y así se conserva. La instantaneidad del crear es la esencia de la eternidad real”.
N. denuncia que la necesidad humana de creer en algo, no puede demostrar la verdad de esa creencia. La estimación de la razón, solo muestra su utilidad para la vida demostrada por la experiencia, pero no su verdad. Hemos antepuesto nuestra conservación, de forma que somos estables en nuestras creencias para sobrevivir, pero erramos al convertir lo cambiante en “verdadero”, del “devenir” decimos que “es”.
Desde la visión perspectivista de N., la verdad es una ilusión necesaria para la vida, por tanto no puede ser el valor supremo. El arte, sin ir más lejos, entendido como el crear del hombre como acrecentamiento de sí mismo, tendría más valor que la verdad.
Desenmascarar las verdades, adjudicarles el justo valor de medios y abrazar los fines. Para N., cada hombre ha de refundar su ser en el rigor del saber y en el gran estilo de la creatividad, ser un “aristócrata espiritual”. Para este hombre, la política sería una curiosidad del pasado o quizás un divertimento.
Ereb