CAROLA CHÁVEZ
carolachavez.wordpress.com
Mujeres en un mundo de hombres buscando igualdad de derechos, incorporando nuestras redondeces a un sistema masculinamente cuadrado, sepultando nuestra esencia, castrándonos, borrándonos en una lucha, muchas veces mal entendida, que debía ser nuestra liberación.
La nuestra ha sido una lucha larga, ocupamos espacios antes imposibles, ganamos mucho, sí, pero perdiendo tanto. Lo que logramos se nos vuelve en contra. En la medida en que nos igualamos a los hombres nos negamos a nosotras mismas lo que somos, lo que nos grita nuestro cuerpo femenino y hormonado. Mujeres modernas, liberadas… reprimidas que nos insertamos en un sistema que nos marginó y que hoy nos traga y nos mal digiere, poniéndonos frente a una nueva lucha más profunda, esencial.
Planteado el tema de la lactancia materna, madres amorosas ponen el grito en el cielo: ¡Con mi tetero no se metan! Y tienen argumentos para gritar y patalear en la superficie donde patalean los dominados. ¿Cómo voy a amamantar a un bebé si en mi trabajo no hay dónde hacerlo? ¿Cómo voy a trasladarme de mi trabajo a la guardería lejana (otra aberración del sistema) para darle la teta? Y tuercen la lucha hacia su derecho al tetero, sin mirar que la pelea es por el derecho a un sistema que no atente contra nuestra naturaleza.
Parece idiota tener que decirlo, pero no somos iguales a ellos. Tenemos capacidades distintas: nosotras cargamos con la barriga, nosotras parimos, nosotras tenemos tetas para amamantar a nuestros hijos que, apenas nacen, se prenden a esa teta porque ahí está su sustento, su seguridad. Es nuestra naturaleza mamífera.
Y se hacen leyes que no servirán de mucho si no llegamos al fondo y empezamos a desmontar estructuras patriarcales petrificadas por los siglos de los siglos, clavadas en nuestras conciencias de tal modo que nos llevan, incluso, a la negación de lo que somos en nombre de una igualdad planteada en términos imposibles. Buscar encajar donde no encajamos es pelear la mitad de la pelea.
Esta lucha supone reconectarnos con nuestra naturaleza femenina, escuchar lo que nos grita el cuerpo con tetas huérfanas de bebés, chorreando solitarias lágrimas de leche en horario laboral, y el corazón engurruñado que entregó lo que más quiere a cambio de tiempo para ganar el pan y –cruel ironía– un pote de fórmula materna. Esta lucha supone la revisión de todo lo que creemos aceptable, moderno, conveniente, incluso liberador. Se trata de conquistar derechos sin ceder a cambio otros derechos innegociables, tantas veces negociados. Se trata del reconocimiento integral de lo que somos para poder desarrollarnos plenamente sin tener, en ningún caso, que sacrificar nuestra esencia de mujer.