Reflexiones irreflexivas (II)

“Miles de aviones así combatieron en aquella Europa repleta de bicicletas, campanarios y carteros”.

José Luis Alvite.

La vieja Europa, repleta de tantas cosas, se está llenando ahora de inmigrantes no integrados, cuajada de islotes que pertenecen a otra civilización, a otra cultura, que no solo rechaza a occidente, sino que lo odia. El buenismo político, el miedo a no ser partícipe de la “multiculturalidad”, hace que todas las formaciones respeten la idiosincrasia de un pueblo que agradece la bienvenida brindada despedanzando un restaurante o un autobús repleto de gente. Por supuesto que no todos son así. Lo malo es que quienes aceptan y reconocen una cultura occidental son la minoría y así, poco a poco, vamos perdiendo nuestra tradición, nuestra identidad, que no se mezcla, sino que se ve desplazada por la imposición de los recién llegados. Cabría preguntarse la razón por la que occidente, en general, fue el motor del progreso, el mundo civilizado que avanzó mucho más que el resto, y posiblemente esté en la rigidez de los atavismos religiosos que atenazan civilizaciones o culturas más primitivas. Nuestra vieja Europa ya no está repleta de bicicletas, campanarios y carteros, sino de mezquitas, guetos y Kebabs que cambian el paisaje y el ambiente urbanos. Sería deber inexcusable de nuestros políticos, incluso por la vía de la imposición, integrar en las tradiciones occidentales que tanto bienestar nos han proporcionado los últimos siglos, a todos aquellos que pretenden vivir en nuestra tierra, tal vez porque en la suya es difícil hacerlo. La exigencia de unas determinadas condiciones ha de ir implícita en esa bienvenida que estamos dispuestos a ofrecer, sin tolerancia alguna a cualquier idea política o religiosa que interfiera con nuestro modo de vida, nuestras creencias o nuesra tradición.