Revista Viajes

Reflexiones (negativas) en tiempos de Covid-19

Por Silvialuz1
El Covid-19 ha sido y es sin duda una de las situaciones más problemáticas a las que me he tenido que enfrentar. En mi caso no ha sido desde el punto de vista sanitario, ya que ni mi familia ni yo no lo hemos padecido, al menos que yo sepa, sino más bien desde el punto de vista económico y profesional. Después de labrarme una carrera como guía turística con tesón durante años, ahora parece que tendré que reinventarme, buscar otra profesión o fuente de ingresos hasta que el turismo, y en mi caso particular el internacional, pueda restablecerse de nuevo. Mucha gente dice que busques en tus pasiones y tus aficiones una nueva profesión. Pero para mí, ser guía turística es realmente mi vocación y mi pasión, lo que más disfruto haciendo y lo que mejor se hacer.  Por eso no puedo evitar sentir frustración y desesperanza, al darme cuenta de que después de tanto esfuerzo, tengo que, de nuevo, volver a empezar.
Cuando hay acontecimientos traumáticos o extraordinarios como el que estamos pasando, intentas encontrar un punto de sustento, quizás para no caer o quizás para darte impulso.  Estos puntos de apoyo suelen ser sobre todo tus amigos y tus familiares. Poder pasar más tiempo con tus seres queridos más cercanos es lo más positivo que puedes encontrar en todo este encierro. Sentirte útil, poder ayudar a alguien de alguna forma, ciertamente alza el espíritu. También intentas encontrar consuelo en el ocio: el arte, la cultura, los cursos, las películas, los libros, el deporte, el yoga, o cualquier cosa que esté al alcance de tu teclado y que ahora por fin, tienes la posibilidad de disfrutar. Igualmente, en el orden, en recolocar tus cosas, en organizarte, en deshacerte de aquello que ya se ha convertido en superficial. Realmente hay un montón de cosas que pueden servirnos de ayuda.
Pero aún con todo ello, no consigo sentirme bien. Pese a la multitud de mensajes positivos que nos invaden: “Todos juntos”, “ya falta menos”, “lo estamos consiguiendo”, etc, no son suficientes, ya que desgraciadamente contrastan con la realidad que día a día nos ofrece el telediario.
Así que, busqué más apoyos e intenté volver la vista atrás, intentando revivir experiencias pasadas y de las que hubiera sacado mensajes de aprendizaje en mi vida. Mi mente trato de rebuscar y entre ellas encontró los recuerdos de hace más de 20 años, cuando otro gran acontecimiento tuvo lugar en mi vida: Mi viaje a la India. Un viaje sin duda de transformación, en el que durante tres meses conocí una realidad muy distinta a la nuestra, con sus luces y sus sombras, y que me enseñó tanto sobre la relatividad de la vida y de nuestros problemas cotidianos.
Los recuerdos que más rescaté fueron las imágenes que me sobrecogieron saliendo en tren desde Bombay, rumbo no sé a dónde. Desde la ventana de mi vagón se sucedían kilómetros y kilómetros de una misma imagen, la de la desolación y la pobreza de los barrios más marginales que puedas imaginar. Los miraba con enorme profundidad ya que quería retener esas imágenes en mi memoria para siempre, quería que impresionaran de forma permanente mi mente para que cuando tuviera momentos de desesperación pudiera apoyarme en esos recuerdos y desenfocar de mis problemas del primer mundo. Y es cierto que, comparado con ellos, incluso nuestra vida durante el covid-19 se relativiza. Estar encerrado en casa, con aire acondicionado, viendo películas, leyendo libros, pasando más tiempo con tu familia, parece que no debería ser ningún problema.
Sin embargo, lo es, y puede que mi postura parezca egoísta y banal comparada con la vida que les ha tocado a otros o con las consecuencias mucho más dramáticas que esta situación ha supuesto para mucha gente. Para mí, en estos momentos, las desgracias de los demás no me sirven de consuelo ni de sustento.
Muchos sueños se han ido al traste y no termino de vislumbrar una luz lo suficientemente intensa al final del túnel, o puede que lleve ya demasiado tiempo encerrada y tan solo necesite un poco más de vida para poder encontrar una salida. Puede parecer estúpido que en mi situación me queje de no poder irme de vacaciones este año, o de no saber cómo voy amoldarte a esta nueva vida, o de no saber de qué vamos a vivir los próximos meses, o de simplemente no poder sentirme libre.
Para mí éstos también son problemas. Problemas del primer mundo, pero problemas. ¿Entonces mis viajes, mis visiones de antaño, mis experiencias no han servido para nada?  Puede que no tanto como quisiera. Puede que ya haya pasado demasiado tiempo, que me haya aburguesado en demasía y que el capitalismo y la occidentalización hayan calado en mi mucho más de lo que yo creía, o simplemente quizás, no sea tan fuerte como imaginaba.
Aquellas experiencias, junto con otras muchas más de mi vida, sin duda han conformado mi personalidad y mi sentido de la vida, y me ayudan a mantener el equilibrio mental en estos duros momentos. Pero al mismo tiempo tengo la necesidad de quejarme, de sentirme frustrada y muchas veces desesperada ante la impotencia de los acontecimientos. Y creo que eso es algo que todo el mundo debería hacer: exteriorizar todo este malestar, sacarlo fuera, quejarnos, llorar, estar de mal humor e incluso tocar fondo. Sacar esa negatividad e intentar neutralizarla con todos esos puntos de apoyo. Solo así conseguiremos una sociedad sana, que no tenga que mantener siempre la sonrisa, que no tenga que estar siempre bien, que no sea tan perfeccionista y pretenda que estemos siempre alegres. Debemos aceptar nuestras debilidades e imperfecciones, de forma que no nos volvamos locos y que cuando todo esto pase o al menos mejore, podamos seguir adelante.
Me gustaba como era mi vida, y ya no va a volver a ser lo mismo. Quizás en un futuro lejano, puede que incluso mejore y se depure de tanta velocidad, globalidad y capitalismo. ¿Quién sabe? Pero ahora solo soy capaz de mirar el presente y el futuro más cercano, y lo cierto es que lo que vislumbro no me da mucha esperanza.

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