Revista Opinión
Para Patrick Bateman
El Bien y el Mal son conceptos genéricos y hacen referencia a unos pretendidos entes supraindividuales que se ubican en una región aparte del éter y que desde allí tienen planteada una lucha a muerte para hacerse con el dominio del Universo. Para un jodido y empedernido materialista como yo, nada que no sea material existe. Ya sé, ya sé, ya sé que esto es absolutamente demoledor pero es la jodida, la puñetera, la terrible, la horrible realidad. He leído a Heidegger, a Sartre, a Derrida y Foucault, y en ninguno de ellos he hallado la respuesta al misterio. ¿Qué es el misterio? Algo inexplicable para el que no lo ha sentido. Es por eso que yo soy una contradicción con patas. Soy materialista y relativista pero, coño, creo en Dios o algo semejante. ¿Por qué? Lo mejor que puedo decir para explicarlo es: por una especie de revelación particular, o sea, que sólo me sirve a mi mismo. Desde que nací, me he visto sometido a una especie de plan ajeno que me ha llevado para allá y para acá de una manera terrible y absurda que, luego, ha adquirido todo su sentido, de tal manera que lo que yo, en principio, consideraba una tragedia luego se convertía en una bendición, cosas absolutamente transcendentes, decisivas, de modo que no he tenido más remedio que creer en ese algo que dirigía mi existencia desde afuera de una manera completamente absurda, al principio. Y, ahora, mientras escribo esto recuerdo al Obispo de Hipona y su “credo quia absurdum est”, creo porque es absurdo, creo porque racionalmente no hay motivos para creer. Pero estábamos escribiendo, a instancias de Patrick, sobre el Bien y el Mal, tratando de demostrar que ninguno de ambos existen, como entes reales, individualizados. Y es muy fácil, demasiado fácil, de demostrar. No hay un ente personal llamado Bien que se encargue de ir haciendo por ahí todo lo bueno que sucede en el mundo, porque el bien no se hace nunca sistemática, ininterrumpidamente, sino que alguien hace cosas buenas en un determinado momento, la Iglesia católica, por ejemplo, mediante Cáritas, pero también hace cosas malas impidiendo el uso de preservativos en el continente negro para detener el Sida, porque eso no conviene a su afán proselitista mundial. De modo que Roma no es el Bien, no hace siempre el Bien, ni Washington, ni Moscú, ni Pekín, pero tampoco son el Mal absolutamente por mucho que existan muestras espantosas de lo contrario como Hirosima y Nagasaki, el archipiélago Gulag o la plaza de Tiahnamen. Lo que sí que hay, indudablemente, es tipos tan malévolos que son tan incapaces de hacer el bien como generadores del mal incluso cuando no lo pretenden y, sin querer, me vienen a la mente tipos tan característicos como Mourinho y Florentino. Mourinho no puede hacer el bien no sólo porque le repugna intrínsecamente, sino también porque parece que sufre una incapacidad insuperable para ello. Es como dicen que le ocurre al propio Diablo. El bien no es que les produzca urticaria, es que les provoca un malestar absolutamente insoportable. Florentino es otra cosa. Florentino podría hacer el bien pero no quiere porque lo considera contrario a su propia naturaleza, su negación absoluta, su negación personal como individuo, como ser vivo, entonces, persigue al bien donde quiera que lo percibe, para afirmarse a sí mismo. En este sentido, ha superado incluso lo que dicen que le ocurre al propio demonio. Tiene noticia de un bien y siente como todo su ser se alza en contra como si él fura un poseso, una de esas posesiones diabólicas que ahora tanto se complace en mostrarnos el cine. Hablemos sólo de fútbol porque es algo de lo que entiende todo el mundo. Florentino ve que el Atlético de Madrid tiene una figura indiscutible, alguien a quienes todos sus aficionados adoran, no es un genio mundial, pero sirve de consuelo a esas pobres gentes que nunca podrán ilusionarse con un Figo o un Zidane porque jamás tendrán el dinero suficiente para pagárselo y va y les quita el único juguete que tienen, no para disfrutar del placer de tenerlo él, sino para herir y humillar a esos insolentes vecinos tan insultantes en su áspera e irremediable pobreza. Algo semejante le ocurre con el Barcelona. Éste no podrá nunca disputarle uno de sus grandes fichajes porque detrás no estará todo el capital de Cataluña sino el poco dinero que él pueda sacar de su propio negocio. Es igual, hará todo lo posible para hundirlo en la miseria. Lo mismo puede decirse de su actuación en otros ámbitos: constructoras, productoras de electricidad, etc., él no busca el placer propio, en realidad es una especie de monstruo incapaz de disfrutar activamente de lo bueno, sino que para gozar positivamente de algo, esto ha de ir acompañado del peor de los sufrimientos ajenos. O sea, Patrick, que el Bien y el Mal no son entes capaces de producir la felicidad y la desdicha de los hombres sino que son éstos, ellos mismos, los que producen todo el dolor y la poca felicidad que se halla en el mundo. Un abrazo,