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Reflexiones sobre el perdón y la identidad en ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’

Publicado el 28 marzo 2024 por Ispamaga @is_ma_ga
Reflexiones sobre el perdón y la identidad en ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’

Breve reseña

«El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes» es una novela escrita por la autora moldava Tatiana Țîbuleac, publicada originalmente en 2017. La obra ha recibido numerosos elogios por su intensidad emocional y su exquisita narrativa, que lleva al lector en una historia conmovedora sobre la relación entre una madre y su hijo.

Tatiana Țîbuleac es una voz relevante en la literatura contemporánea, conocida por su capacidad para realzar historias que tocan el alma y despiertan la empatía. Su habilidad para retratar las complejidades de las relaciones humanas y abordar temas universales con sensibilidad y profundidad la ha situado como una autora imprescindible en el panorama literario actual.

La trama se desarrolla durante un verano en Francia, donde Aleksy, un joven artista conflictuado y lleno de resentimiento, acompaña a su madre enferma terminal en sus últimos días. A través de este período, ambos personajes se enfrentan a sus propios demonios internos y secretos familiares, en un intento por encontrar la redención y el perdón mutuo.

Personajes

Aleksy: El protagonista de la novela, un joven artista, representa la figura del hijo en conflicto con su pasado y su identidad. Aleksy está marcado por una infancia traumática, la ausencia de una figura paterna y una relación turbulenta con su madre. Su viaje a lo largo de la novela es uno de autoconocimiento y confrontación de sus demonios internos. La enfermedad terminal de su madre actúa como catalizador para que Aleksy reevalúe su vida y sus relaciones, llevándolo a un proceso de maduración y redención.

La Madre: La madre de Aleksy, cuyo nombre nunca se menciona, es un personaje complejo y central en la trama. A pesar de su condición debilitante, ella posee una fortaleza y una sabiduría que impactan profundamente en la vida de su hijo. Su enfermedad sirve como un espejo que refleja las heridas no sanadas y los secretos ocultos de la familia. La transformación de su relación con Aleksy, de hostilidad y resentimiento a comprensión y amor, es uno de los ejes emocionales de la novela.

Dinámica de la relación: La relación entre Aleksy y su madre es el corazón de la trama. Inicialmente, está cargada de tensiones y recriminaciones mutuas. Sin embargo, a medida que pasan el verano juntos, ambos personajes experimentan una evolución emocional. La proximidad de la muerte actúa como un catalizador para la honestidad y la vulnerabilidad, permitiendo que madre e hijo se redescubran y se reconcilien. Esta transformación no solo afecta a los personajes individualmente, sino que también impulsa el desarrollo de la trama, llevando a una conclusión conmovedora y catártica.

Mi madre empezó a reírse de mí, algo que me aterró todavía más, porque cuando se reía era aún más fea. Sus dientes pequeños y blancos se habían trasladado a su papada gelatinosa. Sus bonitos ojos habían desaparecido entre los pliegues de su rostro rollizo, que se movían deprisa como las piezas de un puzle. En esos momentos mi madre parecía un monstruo feliz y yo esperaba que de la boca se le cayera una oreja y que por la nariz asomara la lengua.

Rezaba para que aquel día acabara cuanto antes. Para que se abriera la tierra y desapareciera mi madre engullida en sus profundidades. O yo. O al menos caminar a través de ella, nacer al revés y, cuando yo no existiera ya, correr todo lo que me permitieran las piernas.

(p. 25)

Temas principales

El perdón

Uno de los ejes centrales de la novela es la exploración del perdón entre madre e hijo. Hannah Arendt afirma que «El perdón es la llave a la acción y la libertad», una idea que resuena profundamente en la relación entre Aleksy y su madre. A través de sus diálogos y momentos compartidos, ambos personajes avanzan hacia una comprensión y aceptación mutua que les libera de las cadenas del pasado. Un momento clave en el que este tema se manifiesta es cuando Aleksy reflexiona sobre su incapacidad para perdonar y cómo esto le ha retenido: «Entendí que perdonarte no era renunciar a mi dolor, sino liberarnos a ambos de él.»

Me he quedado en la cama pensando en mi madre y en Moira, las únicas mujeres de mi vida que me han querido, cada una a su manera. Mi madre no estaba ya.

(pág. 182)

La aceptación

La aceptación de la muerte y el proceso de duelo se presentan a través de la inevitable cercanía del final de la madre. Marianne Williamson nos recuerda que «Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos más allá de toda medida». Esta cita encapsula la jornada emocional de Aleksy, quien, frente a la muerte de su madre, descubre una fortaleza interior para enfrentar la vida y sus propios miedos. «En tus últimos días, madre, aprendí a vivir», confiesa Aleksy, señalando el poder transformador del duelo.

Permanecimos en silencio hasta que se puso a llover y yo, al recordar que tendría que conducir, le dije que nos íbamos ya y que se dejara de tonterías.

«Aleksy, ¿cómo vas a recordarme?» me preguntó de repente, como un pájaro recién decapitado que todavía aleteara. «Dime qué es lo que más vas a echar de menos.»

«Solo una cosa, Aleksy.»

«Vamos, algo.»

«Solo una.»

«Aleksy, Aleksy.»

«Una cosa no es para tanto.»

«Por favor, Aleksy.»

«Por favor.»

«Los ojos,» le respondí y empecé a desenterrarla poco a poco.

«Los ojos. Está bien, Aleksy.»

Recuerdos

La lucha de Aleksy por encontrar su lugar en el mundo es un reflejo de la cita de Thomas Merton, «Uno no se encuentra a sí mismo viajando, sino más bien viajando lejos de uno mismo». A lo largo de la novela, Aleksy viaja no solo físicamente, sino también a través de su introspección y sus recuerdos, buscando entender quién es realmente. «Cada pincelada sobre el lienzo era un paso más hacia mí mismo, un yo que solo podía definirse en tu presencia», reflexiona Aleksy, destacando cómo la relación con su madre y su arte se convierten en vehículos para su autodescubrimiento.

Simbolismo en la novela

Los ojos verdes de la madre en la novela de Tatiana Țîbuleac son un símbolo cargado de significado y emoción. Estos no son meros rasgos físicos, sino faros luminosos que guían a Aleksy a través de la oscuridad de su propia alma. La autora escribe: «Sus ojos verdes eran dos faros que iluminaban mi oscuridad», una frase que trasciende la mera descripción para adentrarse en el terreno de lo simbólico. Estos ojos verdes son un reflejo de la esperanza y la posibilidad de transformación, un eco de la idea proustiana de que «El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos». Al igual que los personajes de Marcel Proust exploran los recovecos de la memoria y el significado, los ojos verdes en esta obra invitan a una reevaluación de la vida y las relaciones, sugiriendo que la verdadera metamorfosis comienza con una nueva visión del mundo.

tengo pies de nuevo me crecen por todas las partes del cuerpo como unos órganos eréctiles las plantas son grandes y rojas inflamadas y las uñas de perlas multicolores el turbante de mi madre da a luz y aparece una moira pequeña en forma de aceituna sin hueso en un palillo empieza a patearme para meterse en mi boca me crece el vientre y alumbro a una madre sin cáncer limpia por dentro como un jarrón esmaltado mi madre me alumbra de nuevo no estoy loco mi padre me quiere la abuela recupera la vista

(pág. 219)

La novela se teje con un rico tapiz de simbolismo que dota a la narrativa de profundidad. Las pinturas de Aleksy, por ejemplo, no son meras obras de arte, sino manifestaciones visuales de su psique atormentada, un espejo de sus emociones más íntimas y conflictos internos. En este sentido, su arte resuena con la filosofía de Vincent van Gogh, quien afirmó: «Pinto para expresar lo que siento, no lo que veo». Así, las obras de Aleksy se convierten en un lenguaje alternativo, una forma de comunicar lo indecible.

En un rincón, sobre el suelo, descansaba el cuadro que no tenía entonces ni nombre ni todos los colores, pero eso no importaba, porque yo no sabía todavía que era pintor. Mis garabatos formaban parte de la terapia que tenía que liberarme de las pesadillas ligadas a la muerte de mi madre, pero no solo no me liberaron, sino que, por el contrario, me las inflamaron como unas lentes puestas al sol.

Moira lo vio y me dijo que era horrible. Que no entendía cómo podía pintar a mi madre a la que yo idolatraba calva y con un ojo en lugar de corazón, por no mencionar el hecho de que el diablo -que era yo tenía cuernos y cuerpo de caracol. Que el amor no tenía ese aspecto, que el re- cuerdo de alguien fallecido no tenía ese aspecto.

(pág. 226)

La novela establece un diálogo íntimo con conceptos filosóficos como el existencialismo y el humanismo. A través de la introspección de sus personajes y la exploración de sus conflictos internos, la obra se hace eco de la idea existencialista de Sartre: «La existencia precede a la esencia». En este sentido, la novela sugiere que es a través de las experiencias vividas y las elecciones realizadas por Aleksy y su madre que ambos encuentran su verdadera esencia.

El humanismo, por otro lado, se refleja en la profunda compasión y empatía que se desarrolla entre los personajes a lo largo de la narrativa. La transformación en su relación es un testimonio del poder redentor de la conexión humana y el amor incondicional. Viktor Frankl, en su obra «El hombre en busca de sentido», afirma: «Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos enfrentamos al desafío de cambiarnos a nosotros mismos». Esta idea resuena en la novela, donde la inminencia de la muerte impulsa a los personajes a una introspección y cambio personal profundos.

En este sentido, la lectura de «El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes» ha sido una experiencia profundamente conmovedora. Esta novela, con su exploración íntima de las relaciones humanas y sus complejidades, ha calado en mí siendo una de las mejores lecturas del año.

Actualmente nos encontramos atrapados en la superficialidad y el ruido constante, esta novela nos invita a detenernos y reflexionar sobre lo que verdaderamente importa: las conexiones que establecemos con nuestros seres queridos y con nosotros mismos.

Lectura imprescindible.


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