Revista Opinión
Maduro y Maradona se abrazam ante la tumba de Chávez Llevo siglos intentando enmendarle la plana al que, para mí, y otros muchos, ha sido el mejor de los filósofos contemporáneos, hasta tal punto que otros, envidiosos, como el propio Baudrillard, no han tenido más remedio que arremeter contra él, con su famoso texto “Olvidar a Foucault", en un vano intento de desprestigiarle no a él, que se desprestigiaba solo, era un conocido tal vez incluso ostentoso homosexual, cuya promiscuidad le condujo a morir de sida demasiado tempranamente para todos nosotros que nos quedamos sin él muy prematuramente, a mi entender, sino a sus revolucionarias ideas. El caso es que éste, que yo considero mi maestro, dijo muchísimas cosas del poder, que yo no sólo comparto sino que admiro, pero también otras que yo no acepto de ninguna manera como ésa de que hay también poderes buenos. ¿Qué poderes son los buenos, el de China, Cuba o Venezuela, los regímenes que yo acepto, o incluso, y para no irme tan lejos, el mío propio, el que yo ejerzo en mi propia familia? ¿De veras es bueno el poder en Cuba, o en China, o en Venezuela o el que yo ejerzo en mi propia casa, en el que, quizá, el que menos manda de todos soy yo? En China, Cuba y Venezuela el poder se ejerce sobre un montón de gentes que no lo aceptan, que lo consideran no sólo injusto sino quizá también incompetente, que están honestamente convencidas de ello y que, sin embargo, no tienen más cojones que aceptarlo bajo pena de exclusión e incluso de cárcel, entonces, ¿qué es lo que de bueno tienen estos poderes, aparte de fundamentarse en un ideario comunista que, para mí, es el más adecuado políticamente? Pero es que yo no puedo aspirar, y no aspiro, a ser el “homo mensura”, el tío que representa la medida de todas las cosas, sino un pobre y jodido tipo que tiene que convivir además de consigo mismo, que no es poco, con todos los que me rodean, cuanto más cercanos, peor, y que no quiere imponer, y no impone, sus ideas tiránicamente porque no sólo no me siento inclinado a ello sino que, además, creo que no me lo tolerarían porque en mi casa, sí, en mi casa, por ahora, todo funciona democráticamente y mis hijos, dos de ellos abogados, saben que el Código Civil establece a favor de ellos el derecho a alimentos y como, están enfermos ambos, les corresponde. Pero, volviendo al poder, el que yo ejerzo ¿es bueno? Y si lo fuera ¿para quién? La conclusión a la que yo he llegado, a pesar de mi maestro, es profundamente desoladora: mi poder, que se concreta únicamente ya en el económico, todos ellos dependen de mí, económicamente para todo, sólo ha servido para que uno de ellos me haya utilizado para poder vivir sin dar un puto golpe en toda su vida y tiene ya 50 años y la otra, postrada en una cama casi 20 años, me tiraniza amablemente exponiéndome continuamente sus muchas necesidades, que yo satisfago con el máximo gusto, entonces, ese poder económico sólo ha servido para perjudicar a mis hijos y no me digan que ha sido por mi propia debilidad, pues cuando yo he intentado utilizar la economía para domesticarlos, ellos, muy suavemente, me han hecho llegar su decisión de acudir a los tribunales para reclamarme alimentos. Y sé que alguien puede acusarme de blando por haber consentido que la situación haya llegado a este extremo pero aseguro que no lo soy, pero tampoco soy un loco que ha intentado comenzar una batalla que sólo Dios sabe cómo hubiera podido acabar. El asunto, lo aseguro, es de una complejidad casi absoluta, porque este aparentemente tío blandengue no ha dudado un sólo momento en solicitar la ayuda de la fuerza pública contra su propio hijo cuando ha sido absolutamente necesario. O sea que he ejercido mi poder con toda la dureza del mundo cuando no he tenido más remedio, al propio tiempo que pago las facturas de mi hijo para que no se muera de hambre, o de frío o acabe en la cárcel. Y todo esto a propósito del poder y de Foucault, tratando de desvirtuar su categórica afirmación de que también hay poderes buenos, ¿dónde está la bondad de mi poder respecto a mi familia, a mis hijos? Si les doy de comer sin que trabajen, los estoy echando a perder; y si los dejo morir de hambre seré un perfecto canalla porque ninguno de ellos, desgraciadamente, está en condiciones de trabajar. A lo mejor, hay un aspecto de la situación que se me escapa y lo malo es que ya no está aquí Foucault para demostrarme mi error, pero lo jodido del caso es que yo no lo veo y pienso que mi poder no es más que una trampa en la que nos hallamos cogidos los tres, mis dos hijos y yo. Y, ahora, me doy cuenta de que en todo este razonamiento resuena el eco de aquella maldita controversia filosófica sobre la inexistencia del bien, puesto que había gente que pensaba que en todo bien, si se mira adecuadamente, aparece por algún sitio el jodido mal. Y, ¿saben ustedes lo más curioso?, cuando comencé a pensar en este puñetero post lo hice tratando de plantearme la cuestión de que el fútbol mundial no tiene solución honesta porque ha devenido en instrumento para apaciguar a las masas más o menos hambrientas, como cuando Nerón "et alteri", y una cosa tan importante para la salud de la República nunca dejará el poder, el jodido, el canallesco poder que funcione honestamente porque entonces no le serviría para sus asquerosos fines.