Hacía tiempo que las lágrimas no se deslizaban por el tobogán de mis mejillas durante el proceso lector. Hacía tanto tiempo que ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez, si es que en realidad hubo una última vez. También es cierto que nunca, al menos en esta vida, me había visto reflejado como personaje de una narración y, por lo tanto, jamás había experimentado el hecho de vivir, de implicarme emocionalmente, en un plano de ficción; algo que además me ha ayudado a completar el difuminado puzle que componen aquellos días en los que autor de Angustia y yo preparábamos una antología llamada Viscerales, y además publicábamos novelas, escribíamos en el mismo medio de comunicación, viajábamos y, en resumen, vivíamos más rápido, o al menos asumiendo más riesgos, que hoy en día. Barrueco fue mi Cicerone en el mundo literario; el hombre que me inició en los misterios y desgracias de la literatura, quien me enseñó las bambalinas del circo provocando la caída del ideal; un impacto similar al que supuso en su día descubrir que los Reyes Magos eran mis padres. Pero volvamos al libro y a aquellos días del 2009 en los que la desgracia nos miraba de lejos y le hacíamos burla creyéndonos los amos de un destino que a corto plazo, antes de rebelarse realista y hostil, nos trataba con elegante condescendía.
Los momentos tristes aparecen cuando uno alcanza el paroxismo de la mirada sesgada y la seguridad que otorga la ignorancia. Al menos eso parece. Después de estos meses de 2009 plenos de actividad, a A., la madre de mi amigo, le diagnosticaron un cáncer de mama. Resultó fulminante. Angustia nos narra todo aquel proceso; con sus conflictos y tensiones, con sus saltos del pesimismo a la esperanza, con una deriva temporal que va y viene, traspasando espacios y tiempos, estilos y géneros, hasta enfrentarnos con lo cotidiano de manera extraordinaria, con un realismo descarnado del que no recordaba haber sido parte, pues como afirma Harold Bloom en su obra El canon occidental: “La memoria es siempre un arte, incluso cuando actúa involuntariamente”.
Ya al final, tras leer la página de agradecimientos, me di cuenta de que Bloom no yerra un ápice en su aseveración, pues Angustia, con sus datos y su precisión milimétrica, con sus detalles cruentos y sus imágenes directas, me ha ayudado a rememorar un tiempo difícil -aunque no necesariamente más duro que el actual- y ponerlo frente a mí para recordar que la memoria humana edulcora algunos pasajes de nuestras vidas a fin de que podamos soportar nuestra errabunda existencia; una certeza de la que no te puedes escapar mientras lees Angustia, un libro que te atrapa, te hace sufrir y finalmente te libera hasta que, paradójicamente, te abandona con una sensación reconfortante y extraña.
Angustia, de José Ángel Barrueco. Origami, 2014.