Por Eduardo Montagut
El Edicto de Nantes puede
ser considerado, en principio, como un hecho capital en la historia de la
tolerancia religiosa en Europa.
Frente a la intolerancia que la Contrarreforma
impulsó, la situación de Francia, restaurado el orden con la entronización de
Enrique IV, el primer rey Borbón, obligó a adoptar una postura distinta, aunque
fuera contra la corriente de unos y otros en Europa. Es cierto que fue un hecho
muy aislado, solamente parecido a la Carta de Majestad en Bohemia, porque muy
pronto la Guerra de los Treinta Años en Europa, además de sus evidentes causas
políticas, demostraría la agudización de las tensiones religiosas, pero debe
insistirse que intentó poner fin a unos duros enfrentamientos entre católicos y
hugonotes durante la segunda mitad del siglo XVI –las guerras de religión- que
provocaron terribles derramamientos de sangre.
El Edicto de Nantes se
promulgó en 1598 por parte de Enrique IV para los protestantes franceses con el
propósito de asentar la paz en el reino. El texto de la ley recogía algunos
aspectos que se habían establecido en edictos anteriores. Concedía a los
protestantes la libertad de conciencia y la libertad para poder ejercer
públicamente su culto, aunque con algunas restricciones porque solamente se
permitía en dos ciudades por bailía y en las moradas de los señores que
tuvieran jurisdicción.
Por otro lado, se
garantizaba el acceso a los cargos públicos a los protestantes. En algunos
parlamentos franceses (órganos de administración y justicia) se habilitaron dos
partes para darles cabida.
El Edicto de Nantes
convirtió a Francia, al menos hasta su revocación posterior por Luis XIV, en un
Estado peculiar en Europa porque, aunque se proclamaba como un reino católico y
la religión oficial siguiera siendo la católica, establecía la igualdad entre
católicos y protestantes.
Pero el Edicto generó
tensiones y resistencias en Francia. La más importante se generó cuando se
concedió a los protestantes hasta 151 plazas fuertes para que pudieran defender
sus derechos. Algunos parlamentarios se negaron a registrar el Edicto y muchos
católicos protestaron enérgicamente ante la nueva situación, algo que
compartieron con no pocos hugonotes que lo consideraban insuficiente.
Las críticas al Edicto por
parte de ambos sectores nos permiten matizar la afirmación inicial sobre su
importancia en la historia de la tolerancia religiosa. No parece que surgiera
del deseo de un verdadero entendimiento entre católicos y hugonotes sino del
objetivo de asentar el nuevo trono planteando una igualdad para evitar
enfrentamientos. Este cálculo político puede también encontrarse en la
mencionada Carta de Majestad de Bohemia de unos pocos años después en un reino
con gravísimas tensiones.