No Logo. Foto: Alba León
Por: Darío Alejandro Escobar
La invitación al debate y la reforma económica que ha impulsado el Presidente Raúl Castro Ruz desde hace algunos años, ha abierto la necesaria Caja de Pandora para la discusión de temas medulares en este país.
Uno de los tópicos más complejos es la gestión mediática del proceso revolucionario, que a todas luces está desactualizado (para darle un adjetivo condescendiente) dados los nuevos escenarios comunicativos que han surgido en la Isla.
Me refiero, como es obvio, a las transmisiones del canal multinacional Telesur y al uso masivo por la población de algunas de las Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación, como son los dispositivos de almacenamiento con conexión USB, los CDs, el correo electrónico y, en menor medida, el insuficiente pero cada vez más influyente uso de la internet.
Esta situación ha determinado que el férreo control informativo del que alguna vez gozó el aparato partidista, en estos momentos haga agua por todas partes. Esta es una realidad feliz, por muchas razones, ninguna contrarrevolucionaria.
O sea, ya el cubano de a pie tiene las suficientes opciones como para “creerse” informado o satisfecho con las “ofertas” culturales que se le proporcionan, formales e informales. Nótese que escribo creerse.
Porque existe mucha gente en este país que casi no consume productos audiovisuales cubanos, porque les llegan, por los paquetes* o por CD, las ofertas de productos culturales extranjeros que satisfacen la mayoría de los gustos. Desde las deprimentes novelas mexicanas, pasando por los shows televisivos, hasta las muy bien facturadas series estadounidenses, además de las ya tradicionales películas del circuito Hollywood.
El problema consiste en que ninguna de estas opciones, totalmente válidas, son las que, en mi modestísima opinión, le hacen falta a un proyecto revolucionario que clama a gritos por información veraz, contrastada, confiable y nuevos productos culturales a la altura de los públicos que residen en Cuba.
Este escenario no le es favorable a una nación que aspire a ser culturalmente soberana.
Me explico, por muy bien realizadas que estén las series norteamericanas, aunque satisfagan con creces las necesidades culturales de los públicos cubanos, le transmiten al espectador una racionalidad ajena a la sociedad que se quiere construir en este país.
Lo que debe ni puede suceder es que, hipotéticamente, en un escenario ideal, en el que la economía cubana dentro de diez años crezca sobre el 8%, entonces tengamos a una clase media cubana creciente con paradigmas de consumo (cultural y material) de países capitalistas desarrollados. Ese no es el socialismo al que yo aspiro. China es un buen ejemplo de esto.
Los norteamericanos han aprendido a difundir su ideología mediante los más refinados productos culturales, en esa actividad, de lejos son los mejores, ni siquiera los europeos, chinos, indios o brasileños, que en los últimos años dedican grandes presupuestos a la industria cultural autóctona, le llegan a la mitad de la calidad de los productos anglosajones.
Sin embargo, existe también otro problema, no menos importante y que explica mucho de las anteriores dificultades. Sucede que al más alto nivel gubernamental cubano a veces se subestima la importancia de los medios, el capital simbólico y las necesidades espirituales de la población. O, en el mejor de los casos, se tiene una equivocada idea de cuáles son sus funciones.
Es cierto que es más importante comer, calzar y vestirse, pero después que esas necesidades materiales se han satisfecho, aunque sea de manera muy precaria, el ser humano comienza a tener necesidades espirituales y de consumo, tanto cultural como material. Esa es la llamada Ley de Engel (no Engels) enunciada hace casi cien años.
Este fenómeno en Cuba llegó a su clímax hace más de veinte años, justo cuando se derrumbó la URSS, la generación de mis padres y las posteriores, entienden con toda razón, que las necesidades básicas ofrecidas por el estado revolucionario no son suficientes, dígase Salud y Educación, la Revolución Cubana no debe ni puede detenerse ahí, necesita avanzar hacia otros tópicos como los tratados anteriormente. Necesita hacer una Revolución Cultural más allá de la alfabetización convencional llevada a cabo hace más cincuenta años.
Hubo dos momentos en Cuba caracterizados por buenas producciones culturales y alguna dignidad en el ejercicio periodístico: los años sesenta y los ochenta, pero después de la crisis desatada por la caída del Muro de Berlín, en nuestro país, por falta de presupuesto, voluntad y competencias intelectuales y profesionales de los directivos de medios, no se ha realizado ni periodismo medianamente bien hecho, ni productos culturales de mediana altura.
Existen algunas excepciones, claro está, pero son solo eso: excepciones.
En este escenario solo vislumbro tres soluciones.
- Cambiar por completo la estructura de los medios de comunicación, desligarlos directamente del Partido hacia un funcionamiento quizás ministerial, donde los directivos sean periodistas con amplia experiencia en esos mismo medios, además de asegurar legislativamente la transparencia de la información, el acceso a ella y a las fuentes gubernamentales.
- Gestionar un proceso de alfabetización mediática-cultural en el cual el ciudadano sea capaz de consumir y apreciar los diferentes productos culturales foráneos pero, al mismo tiempo, tenga la capacidad y las herramientas intelectuales para desmontarlos ideológica y culturalmente.
- En la medida que se vaya recuperando la economía del país, implementar proyectos de producción cultural con la calidad necesaria para satisfacer y desafiar el modelo hegemónico mediático imperante en el mundo.
El material humano que tiene Cuba es impresionante, más de un millón de graduados universitarios, eso significa más del diez por ciento de la población.
Con esas cifras, en materia cultural, señores, todo es posible.
*Paquete: consiste en un servicio alternativo audiovisual que cuenta con 150 gigas de series, deportes, shows, filmes y otros productos x 1 cuc semanal. Se brinda a domicilio.