La educación es un bien universal, como la salud ; por ello hay que conseguir que tanto la atención sanitaria como la educación esté al alcance de todos. La educación obligatoria es casi gratuita y está enfocada a conseguir –con peor acierto cada vez- que la generación siguiente no sea una legión de analfabetos funcionales.
A partir de ese momento la educación es más cara, llegando a estar fuera del alcance de la mayoría de la población. Con lo que se consigue que mucho talento no llegue a cursar estudios superiores, de lo cual se deberían empezar a preocupar los gobiernos de Alemania, Reino Unido, Brasil, Estados Unidos y demás destinos de los universitarios españoles.
Para paliar en parte la falta de recursos de las familias de los estudiantes se ideó un sistema de becas que uno de los ministros de Educación más ineptos que ha habido en la historia del país pretende reformar para arrimar el ascua a su santa sardina y favorecer a los estudiantes cuyas familias tienen más dinero.
En principio el razonamiento de dar mayor peso a las notas de los alumnos para acceder a una beca de estudios podría parecer acertado. De este modo, aparentemente, se premia el talento o el esfuerzo del alumno. Pero el razonamiento no puede ser aplicado cuando se pueden comprar las notas en la enseñanza privada (sustentada con dinero público: educación pagada por todos, a la que no todos pueden acceder).
El mejor modo de tener unas notas más elevadas es gastarte dinero para dárselo a alguna organización católica privada que al mismo tiempo que troquela el cerebro del alumno, le alienta a continuar estudiando a base de buenas notas y férreo control sobre el estudio. Y si eso no fuera suficiente siempre se puede hacer algún esfuerzo para que la nota del muchacho pueda estirar lo que haga falta y que pueda cursar la carrera que se quiera.
La educación pública y la privada siempre han estado en pugna. Pero no porque sea una mejor que la otra o no, simplemente es un juego de poder. Será mejor la que más dinero tenga para invertir en material, en profesores, en infraestructuras. La educación pública tuvo sus años dorados hace tiempo, y últimamente se ha desmantelado para justificar que los presupuestos se desvíen descaradamente hacia entidades religiosas privadas.
Recuerdo cuando comencé mis estudios universitarios de informática. Las notas más altas que habían entrado en la carrera procedían casi en su totalidad de colegios de curas y de monjas. Los que veníamos de institutos públicos teníamos notas bastante más modestas (también hay que tener en cuenta que tuvimos unas huelgas de estudiantes que fueron castigadas bajándonos las notas de forma general). A pesar de las buenas notas de los que procedían de colegios de curas, en la primera tanda de exámenes cayeron todos como moscas. Recuerdo con cierta pena a la chica que había entrado en informática con la mejor nota (una barbaridad de matrículas de honor, para tener casi un 9 de nota) como contenía las lágrimas al haber suspendido cuatro asignaturas. Fue una debacle general de aquellos que habían comprado las notas en colegios privados. Y no sólo fue en el primer curso, salvo un buen amigo que hice durante los años de carrera que provenía de enseñanza privada, los demás se diluyeron, incapaces de aguantar el ritmo y alcanzar el nivel requerido.
La educación pública no es perfecta, pero tiene una cosa muy importante: libertad. Libertad para decidir si quieres estudiar o no. Libertad para saber si quieres esforzarte y luchar contra todo lo que se te ponga por delante o tirarlo por la borda todo en el minuto uno del partido. Sin embargo aquellos compañeros de carrera no conocían esa libertad. Habían sido obligados a hacer las cosas como se tenían que hacer, siempre tutelados, vigilados, mimados y controlados. Cuando se enfrentaron a la cruda realidad, no sirvieron de nada sus notas artificiales.
Las becas deben estar al servicio de los que no tienen recursos económicos. Las notas no son tan importantes, de hecho se puede llegar a presidente del gobierno siendo un zoquete.
keagustitomekedao